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Mostrando entradas de junio, 2020

El ladrón de libros.

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Tranquilamente me voy acercando a ti. Pero es imposible saber cuándo llegaré. La carta de Alba terminaba así. Lucila no sabía cuándo la volvería a ver. Abi tampoco. Novoa, me dijo que el asunto de los nicóticos estaba decayendo un poco. Yo quise advertirle que así llevamos unos años buenos. Todo empezó, o no, con aquellos programas de radio. El ladrón de libros. Clemen me daba la señal, en los mandos técnicos, tras el cristal. Yo respiraba y daba las buenas noches. Una taza de café humeante. Vilas hubiera disfrutado. Clemen recomendaba la última lectura e introducía el programa con aquel tema de jazz que habíamos encontrado en Rayuela. Yo no paraba de tomar café. Un café de cafetera americana. Los programas eran eternos. Los primeros muy guionizados. Parecían de Radio ECCA. Hasta que nos fuimos soltando. La presentación de los nicóticos reales se fue dando poco a poco. Fueron pasando por antena. Desde Galicia, Novoa y Xavi, nos ofrecían el anecdotario de su trabajo en una ONG. Fernan y

Días comunes.

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Intento preguntar por el pago fraccionado de la contribución. Antes de todo eso, me he despertado con una sensación de cansancio un poco exagerada. Llevo unos días pensando que es debido a una posible falta de B12. Pero no soy adivino. Tendré que hacerme una analítica. Prometo que he intentado llamar a cita previa. Pero es imposible. Lo mismo me ocurre con el pago del impuesto del bien inmueble de la casa de mi madre (IBI, CONTRIBUCIÓN). Sentado en la cama, valoro las opciones que tengo. Pegarme un tiro con una pistola imaginaria, seguir durmiendo, llegar al baño. No sé en qué momento hago la tercera. Al rato estoy escuchando la canción No fun del grupo The Stooges. Su base rítmica se compone de bajo y de palmas. Un tres por cuatro constante quizás. Aparco. Salgo del coche, un tanto desorientado. Llueve. Recuerdo que Stooges significa chiflados. Y me supongo que la canción es una queja monorítmica sobre las cosas que no divierten. Creo entender que una de esas cosas es estar solo. Me m

La velocidad mecánica.

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Se me ha ido de las manos. Se nos ha ido. Pedimos un vino Toro. Y no lo venden por copa. Nos dan una botella. Nos miramos como si nos pareciera demasiado alcohol para una cena. Pero entre nuestra indecisión y el argumento del camarero al exponer que por copas saldría más caro, nos ha convencido para aceptar pagar 15 euros por una botella. Flor de Vetus. Y hasta que llegan los huevos rotos con jamón de bellota y pimiento verde, nos ponen un pan con semillas crujiente y mantequilla especiada. La primera copa la paladeamos. No hemos dejado que respire. Yo no sé ni cómo agarrar la copa. Pero nos gusta. Y empezamos a hablar sobre los relatos de nuestras biografías que tienen como protagonista el alcohol. Las intoxicaciones etílicas. Yo recuerdo los tres relatos fundacionales de mi vida adulta. Aunque sólo uno de ellos es realmente fundacional. Y no tiene que ver con el alcohol. Y se da en mi adolescencia. Tiene relación con la ansiedad. Y con mi confusión al creer que lo que me ocurría tení

La enjundia.

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¿Cuál es el sentido del juego? Hemos pensado en volver con las cuestiones nicóticas. Por cada canasta que mete, Abi me hace una pregunta nicótica. Por ejemplo: ¿cuál es el peso de los años 80? ¿De los años de la música que escuchábamos de niños? Estamos hechizados con el naufragio, según dice Castro Flórez. Y le robo el balón, pero se me escapa. Estamos en el final del viaje civilizatorio, me replica Abi. También ha visto la misma conferencia que yo. Durante el confinamiento nos nutrimos de una buena dosis de conferencias por YouTube, sobre los temas filosóficos más diversos. Castro Flórez habla del artista cubano Cacho. Y su obra sobre los balseros. Y ahí exprime la idea del naufragio. Es evidente que no son comparables nuestras disquisiciones metafísicas y estéticas con la desesperación de la gente que se hace a la mar con un neumático de camión. La barriga vacía no sabe de ideologías. Aunque quizás eso sea ya una ideología. Abi va de una punta a otra de la cancha. Al principio con r

A contrapié.

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Dejar que la realidad te pille a contrapié. Xavier habla de eso. Dice que en un momento dado entendió que el mundo está mal hecho. La mayoría de los pensamientos están para legitimar los sentimientos. Xavier se siente incómodo con las piezas de las que está compuesto. Estudia filosofía para salvar la dicotomía entre el "sí, pero" y el "si, si" de su padre y de su madre.  Cuando hablo de esto con Vilas, tras haber visto el documental sobre Xavier Rubert de Ventós, tengo la sensación de que lo conozco. Aunque lo único que hago es repetir las frases que recuerdo de la entrevista como si me las hubiera dicho personalmente. Por eso, creo, lo llamo Xavier. Vilas ha llegado tarde. Ha tenido unas cuantas sesiones muy curiosas. Puro anecdotario nicótico me dice. Y me empieza a contar, con la promesa de que no escriba sobre ello. Sin embargo, en términos generales, una posible conclusión es que Vilas siempre ha sido medio brujo. Así lo llamaba Alba. Tú eres un brujo que no lo

Song for my father.

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Acudo como cada día a mi blog. Reviso las entradas. Las visitas que he recibido. Me acuerdo de mi padre. De su primer mueble. Una mesa de noche. Me lo cuenta en un sueño. Tomando un café. Me lo cuenta como me lo contaba. Pero con un énfasis diferente. Como si supiera que voy a escribir sobre ello. Fue una mesa de noche con una gaveta. Dentro de la gaveta, me dice, guardo una llave que abre la puerta del taller. Yo, en el sueño, no soy consciente de que estoy soñando. Sólo sé que lo que me dice lo tengo que recordar. Es noche de San Juan. Y lo que parecía un escenario diurno se convierte en una playa. Ya no sé dónde está mi padre. Me acuerdo de las últimas veces que hablé con él. Cómo lo iba a buscar todas las mañanas. Su manera de andar, ayudado con la muleta. La forma amable y alegre de dirigirse al camarero de la cafetería que habíamos escogido. Sus consejos sobre mis desvaríos amorosos y laborales. Y el anecdotario de su vida prematrimonial, cuando era aprendiz de carpintero. Aquell

Las 11 y 10.

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Vamos al neurólogo. Le pregunta por qué está aquí. Mi madre le dice que porque se le está yendo un poco la cabeza. Sabemos que el confiamiento no ha ayudado demasiado. El médico tiene una mascarilla puesta. Sólo le veo los ojos. Me presento como el hijo. Le digo que mi madre siempre ha sido un poco despistada. Que quizás se deja un fuego encendido o que no sabe exactamente el día de la semana qué es. Pero que a mí a veces también me pasa lo mismo. Le enseña varias veces un papel con imágenes de objetos distintos. Tras una serie de preguntas mi madre lo mira con la mascarilla puesta y le dice que se le ha cerrado la mente y que ya no recuerda la última imagen de la parte inferior izquierda. El médico le dice que hay que abrir la mente. Le pregunta si es ella la que se hace la comida. Le pregunta si le pone azúcar al potaje. Mi madre se ríe. Pensando que eso es una locura. Le recomienda dar paseos, seguir con los ejercicios de estimulación cognitiva y evitar estar demasiado tiempo en cas

Las pruebas de Alba.

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Y vamos entrando y saliendo. Miento y no miento. Eran las sesiones improvisadas con Alba. Vilas tomaba notas. Óscar María que por entonces era un escritor desconocido también acudía. Alba veía cosas. Y al principio no cobraba nada. Sin embargo yo le confesé algún secreto. Mi época de ladrón de libros y mi insistencia de averiguar a toda costa las vicisitudes de la vida de la madre transexual de Alba, haciéndome pasar por trans, por ejemplo. Pero me dio mucha vergüenza. Vilas reía. Óscar María estaba demasiado serio. Alba, no sé dónde estaba. Íbamos a su casa. En una habitación que daba al patio interior del edificio nos acogía como huérfanos. Un sofá de dos plazas que se hundía y una silla de Ikea color crema con asas y ruedas y respaldar alto que había tenido tiempos mejores, más una lámpara de pie era todo lo que componía el mobiliario. Las persianas se mantenían bajadas. Entraba poca luz. Y la lámpara casi siempre estaba encendida. Ya por entonces conocía lo de la historia de la mad

Mr. Evitativo.

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Anoche estuvimos con Abi que nos invitó a Oba y a mí a una cena postconfinamiento. La primera que hacíamos este año. Los nicóticos están desperdigados pero alguna vez nos vemos. Es verdad que ni Oba ni Manu estuvieron en aquellas veladas nocturnas en casa de Alba. Tenían la edad de mi sobrino. Y aún les faltaba para llegar a la uni. Aún así, supongo que nos entendemos bien. Oba trae un vino Toro. Abi pone unos chuletones. Yo llevo el helado favorito de Abi, de menta y chocolate. Abi nos cuenta que ha estado escribiendo para una revista, durante el confinamiento. Oba no aparta los ojos de ella. Yo me decido a encender la parrilla y a encargarme de la carne, en la terraza. Oba me había pedido antes de entrar que les dejara un momento a solas. Abi y él estaban pasando un momento complicado. Recuerdo la peli Almost in love. Bibi siempre me decía que le molestaba un poco que fuera incapaz de contar o recordar algo sin mencionar algún símil o referencia cinematográfica. Decía que denotaba po

Epíteto

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Un epíteto es un adjetivo que antecede al nombre. Hoy se lo he visto explicar a Luna Paredes. Según me ha dicho Novoa, las certezas del confinamiento se han desmoronado un poco. Anda coordinando grupos de acción. Javi que también es trabajador social me expone un caso de maltrato. Él me va contando su idea de volver a estudiar. Yo le sirvo café en mi cafetera nueva. Le hablo de una chica que he conocido gracias a los textos que estoy publicando. Me ha escrito y me pregunta si lo que escribo es verdad. Yo no sé qué contestar. Me muestro evitativo. Recuerdo las experiencias con Tinder. En general normales. Vilas me habló de una iniciativa de un amigo para conocer gente. Se lo digo a Javi. Menos frío y más seguro, me dijo Vilas. Le digo a Javi. Él no se ve probando, dice. Yo le digo que una vez perdido el susto y la vergüenza del comienzo es tan normal como conocer a alguien en un ascensor, una cafetería, un gimnasio o en donde sea. La inmediatez es la misma. Y los pasos previos, cómo lle

Holmes.

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Hoy ha amanecido raro. Un día con una luz inmóvil. Parece que ha sido la misma hora todo el día. Y sin embargo he subido a tomar café. A penas trabajo. Tengo alguna clase que preparar. Sobre Aquino. Y sobre Eco. Sobre Billy Wilder y los primeros 20 minutos de La vida privada de Sherlock Holmes. Hay dos personas encaramadas en una grúa exigiendo desde hace más de 24 horas el paro de una construcción en la playa de la Tejita. He ido siguiendo la noticia. Vilas me ha dicho de ir hasta el Médano para unirnos a la protesta. Yo le he dicho que no me apetecía nada. He estado ayudando a mi hermano con la plancha del patio de la casa de mi madre. Una casa que queremos vender. Hemos hablado de eso. El día ha transcurrido como muchos de los de la fase de la desescalada. Puro humo. He ido a Sagrera y a Leroy Merlin. En busca de unas piezas para el arreglo. El ambiente relajado tiene algo de tensión. Y la luz no ayuda. Una luz blanca, oculta en alguna parte del cielo nublado. Ayer en la noche, mi m

Bill Gates, filántropo.

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Y me canso. Estoy a punto de decir lo que pienso. Me callo. He ido a Satori con mi madre. Pedimos dos cortados descafeinados de máquina y dos vasos de agua. Hablamos de lo que hemos desayunado y de lo mal que hemos dormido. Le pregunto sobre su mañana. Si ha podido hablar con alguien. Si le ha apetecido salir. Y me dice que está cansada del Coronavirus. Y se ríe al pensar en ese niño que sale por la tele. Que apenas sabe hablar. Y que dice que se queja del Coronavirus. Quizás imitando a los adultos que tiene cerca. Saco el móvil y hago una foto al cartel de la cafetería. Mi madre me pregunta qué significa Satori. Yo le digo que me parece que es una palabra japonesa que los budistas utilizan para explicar la iluminación. Le digo a mi madre que he ido, por segunda vez, a lanzar unos tiros. Me mira con asombro y preocupación. Le explico que me refiero al baloncesto. Mi última incursión en mi adolescencia prolongada. Un balón, una cancha y alguien que me quiera acompañar. Esta vez ha sido

Una batallita intelectual

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Me escribe Manu. Dice que está leyendo El nombre de la rosa. Que a Eco le gusta más una batallita intelectual que comer, me dice. Ayer fui a Decathlon y compré un balón de baloncesto. Me ha salido 11,99. Es decir, 12 euros. O 2.000 pesetas. Desde que vi en Netflix The last dance, me han entrado unas ganas terribles de hacerlo. Y lo he ido a estrenar a una cancha cercana de casa. He ido con Tina. Hemos hecho un viaje al pasado. Hacía bastante sol. Me ha encantado el ratito. A Novoa la conocí por Abi. Era una gallega alta, a la que le gustaba viajar, las mujeres gordas y dibujar. Le propuse que me hiciera un dibujo sobre los nicóticos. Se lo dije a Manu. Y me preguntó qué pretendía con todo aquello. Le dije que simplemente era un dibujo. No había nada intelectual de fondo. Me preguntó si era una marca o algo. Yo le hablé de Eco y de sus investigaciones previas antes de escribir ficción. Le dije que mi teoría era que al ser Eco un investigador profesional, su ficción se montaba sobre eso.

Pelada.

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Sigo con la novela de Gaddis. Trata sobre un falsificador. Un pintor que es incapaz de ser original. Y ahí empieza el problema. Si la copia es buena, qué la hace menos valiosa que el original. ¿Cómo podemos tasar el arte? ¿Cómo se puede tasar la vida? ¿No somos acasos copias de nosotros mismos todo el tiempo? Mi vecino está taladrando la pared. No sé si intenta espiarme. Pero el ruido es insoportable. Sin embargo adoro a mi vecino. Posiblemente esté haciendo agujeros para colgar algún cuadro. Quizás alguna reproducción. Y es que en la era de la reproducción, aquello que Walter Benjamin llamaba Aura se ha ido perdiendo. Esta mañana he ido a Pelada con Tina. Hablamos muy poco durante el viaje. Me rogó que parara en la gasolinera. Necesitaba un café. Y yo nunca me niego a eso. Ahí, sentados en las mesas de la terraza de la cafetería, con un Médano casi sin viento y bajo un cielo despejado, hablamos de la infancia. De las galletas Himalaya, de la Nocilla, de la Mirinda, de las copas Danone

Espejos.

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Llegamos casi de noche a La Laguna. Conducía yo. Pero era su coche. Abi tenía la espalda rota. Me gustaba conducir su coche. Iba bien con marchas largas, decía Abi. Y era verdad. Es difícil encontrar aparcamiento a esa hora. Pero no dimos demasiadas vueltas. Abi me iba contando que su padre (un profesor retirado de Filosofía) había pasado la pandemia empapándose de los autores existencialistas. Con el fin de presentar una ponencia al terminar el confinamiento. Yo a su padre lo había tenido como profesor veinte años antes. Se apasionaba y divagaba. Supongo que yo sería igual si diera clases. Recuerdo que jugaba con las gafas buscando la palabra exacta de su discurso. Salimos del coche con un sabor a sal en la boca. Habíamos estado en el sur. Un baño rápido en el mar y un paseo. Ahora tocaba comer algo. Pero empezamos por un vino blanco de Frontera. Y ahí estaba Abi, frente a mí, recalando en su memoria. Respondiendo a ciertas preguntas. Sí, hacía un par de años que había aprobado por se

Nicóticos

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No sé bien por qué ahora me decido a arribar al centro del relato, como diría Borges. Hace mucho, Clemen me habló de una novela escrita por la madre de Alba. Llamada La fenomenología de los nicóticos. Una especie de novela biográfica. Pero que trascendía la anécdota. Alba estaba obsesionada con ella y la madre que nunca conoció. Creo que ese fue el germen de todo. Lo de la novela lo supe por Clemen. Pero tardé en preguntarle a Alba. Que fuéramos neuróticos y que Clemen me dijera este tipo de confesiones cuando salía a fumar, nos hizo llamar a aquellas confesiones como nicóticas, en honor de la novela autobiográfica de la madre de Alba. Quisimos ver en el neologismo una fusión de nicotina y neurótico, que  nos venía genial para aquellos momentos de ansiedad  y descubrimiento en los que Clemen me hablaba como alucinado, después de una larga sesión de estudio y cafeína (por aquel, entonces cursábamos asignaturas sueltas de Arte y Filosofía). La novela en cuestión nunca la he llegado a lee

Balón al pie.

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Fácilmente nos vamos enredando. En una inercia que nunca se sabe bien de dónde viene. Conoces a alguien y los acontecimientos van solos, como guionizados. Alguien fuera de los nicóticos me dijo una vez que no era suficiente con saberse, había que cuidarse también. Manu va por ahí hablando con metáforas futbolísticas. A Manu lo conocí una noche con una cerveza en la barra. En seguida conectamos. Me vio que andaba un poco borracho. En un rincón de la barra. Una pareja me había ido moviendo, disimuladamente. Hasta que Manu se presentó diciéndome "balón al pie". Vería mi cara de enfado. Y quiso usar esa expresión para calmarme. Y lo consiguió. Sonaba un tema del grupo Franckie goes to Hollywood. No sé por qué empezamos hablando de Fat City, la película de Jhon Houston. Coincidimos que nos había sorprendido a los dos. Yo fui durante unos años muy fan de Jeff Bridges. Aunque en esa peli lo de menos es su interpretación. Quizás el guión, la relación entre el boxeador joven, inexpert

Todo lo que cuento.

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Todo lo que cuento aquí es verdad. Pero no ha ocurrido nunca. Hoy he salido a correr muy temprano. Estamos en el primer día de la fase 3 de la desescalada. Quizás en un futuro cercano este tipo de terminología estará integrado en nuestro vocabulario. Se repitan las epidemias y las pandemias en ciclos intermitentes, llevemos todos mascarillas, nos pongamos un gel pegajoso cuando entremos en las cafeterías o tiendas. Etc. Pero tal vez no. Y la distopía o cuento apocalíptico tarde en cumplirse. Quizás no dependa del todo de nosotros. Al menos no de esa forma tan nuestra que tenemos de hacer que todo sea blanco o negro y responsabilidad de los dirigentes, de las elites económicas, de las farmacéuticas o de la propia tierra erigida como un ser castigador en nuestra mitología epidemiológica. Saldrán libros que lo expliquen mejor. Tutoriales de ciencia o de filosofía como el de los Castro. Habrá quizás quien hable de una vuelta al realismo ingenuo. Hoy he salido a correr. Y he recordado a Mur

Un dios matemático

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El día que supe que Oba se había leído la obra de Taylor para impresionar a los nicóticos, me empezó a caer bien. Un embaucador torpe. Supe por Abi que en realidad no le gustaba leer. Oba era informático. Y daba clases en un instituto. Ahí fue donde conoció a Abi. En aquella época, ella era la jefa de estudios. Algo que según me dijo, no volvería a aceptar. Aunque le quitaba horas lectivas y le subía el sueldo unos 200 euros, no le compensaba. Casi todos los días tenía unos problemas enormes con un adolescente que le sacaba dos cabezas. Aunque Abi se hizo respetar y anulaba los ataques misóginos del adolescente, Oba se quiso meter quizás con el fin de tener una excusa de acercamiento a Abi. El joven en cuestión le partió la nariz al profesor de informática. El alumno fue expulsado. Abi, en un principio, se enfadó muchísimo con Oba. Aunque finalmente, ya tenían algo de lo que hablar. El vitalismo y la alegría de Oba, terminaron por encandilar a Abi. Antes de que supiera lo de Oba y su e

Abi y Oba

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Me ha dicho Oba que Abi se siente cómoda con él. He tenido un episodio de celos silencioso. Pero no ha durado mucho. He de reconocer que hacen una buena pareja. A Oba lo conocí en una de las reuniones de los Nicóticos. Habría que estar allí para ver los intercambios de miradas. Yo creía haber superado lo mío con Abi. Pero nunca se sabe. Mi ego herido, etc. Después me dio por hablar con Oba. Y lo odié intensamente. Me hablaba con un cariño insólito. Cuanto más amable, más lo odiaba. Esa noche andaba hablando con Vilas y con Miguel F. Cuando llegué yo empezó a analizar la obra de Taylor, Fuentes del yo. La identidad del yo moderno tenía un pasado tumultuoso. Yo sólo quería marcharme. Luego, con el tiempo recordé la película Almost in love. Y vi los paralelismos. Un encantador de serpientes, Oba, pero con buen fondo, hacía un despliegue de conocimientos y simpatía que hacía imposible no caer rendido a sus pies. Al menos por un tiempo. Ya Vilas, me advertía, que era un narcisista. Y ¿no lo

El día de Barthes.

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Fui a entrenar como siempre. Y me entró el pánico. Supe que iba a venir su sobrino. Un niño de un año y medio al que adoraba. Iba a ser una reunión familiar. Y aunque habíamos estado durante los últimos tres meses viéndonos prácticamente todos los días, aquello me parecía excesivo. Me lo acaban de decir, me dijo. No puedo creer que vayas a irte, me dijo. Yo lo intenté suavizar abrazándola. Pero me rehuyó. Era su enfado. Y, en parte, lo entiendo. Entrenamos durante el confinamiento del covid en su casa. Yo cruzaba la carretera que separaba nuestras casas. O íbamos a tomar café o simplemente a estar. Un día llevé un taladro de mi casa, le ayudé a poner unas repisas. Parecíamos una pareja. Pero nunca nos acostamos. Quizás ya éramos familia. Quizás por eso me entró el pánico. Vertiginoso todo. En estos momentos, no sé bien cómo gestionar algunas cosas. Pero he vuelto a escribir. He recordado la historia de los Nicóticos. Unos amigos que se reunían para despotricar sobre todo. Para callar s

Un rayo de luz (rastreadores).

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Abi me recogió sobre las 14:20 horas. El coche era el mismo de hacía cinco años. Pero esta vez, hacía un ruido que no le había notado antes. Cuando me subí se lo dije. Debatimos un poco sobre la posibilidad de dejarlo aparcado e ir en el mío.Casi habíamos salido del primer confinamiento por el covid y ninguno de los dos había arrancado su coche. Yo me quedé sin batería la primera semana del confinamiento. La de su coche seguía cargada. Había pasado un mes desde que me escribió por email. Me había sorprendido tanto. En la radio sonaba la canción de McEnroe, Un rayo de luz. La llevaba puesta en bucle. Todo el viaje hasta la playa fuimos escuchándola. Apenas hablamos. Era nuestro primer viaje después de tanto tiempo. Aunque eran unos 50 kilómetros, me pareció estar haciendo un viaje a otra isla. El llamado síndrome de La cabaña nos había vuelto cuidadosos. Yo no tenía ninguna prisa por saltarme el confinamiento. Y ella tampoco, según me decía. Tras el email de un mes atrás, nos pasamos