Una batallita intelectual

Me escribe Manu. Dice que está leyendo El nombre de la rosa. Que a Eco le gusta más una batallita intelectual que comer, me dice. Ayer fui a Decathlon y compré un balón de baloncesto. Me ha salido 11,99. Es decir, 12 euros. O 2.000 pesetas. Desde que vi en Netflix The last dance, me han entrado unas ganas terribles de hacerlo. Y lo he ido a estrenar a una cancha cercana de casa. He ido con Tina. Hemos hecho un viaje al pasado. Hacía bastante sol. Me ha encantado el ratito. A Novoa la conocí por Abi. Era una gallega alta, a la que le gustaba viajar, las mujeres gordas y dibujar. Le propuse que me hiciera un dibujo sobre los nicóticos. Se lo dije a Manu. Y me preguntó qué pretendía con todo aquello. Le dije que simplemente era un dibujo. No había nada intelectual de fondo. Me preguntó si era una marca o algo. Yo le hablé de Eco y de sus investigaciones previas antes de escribir ficción. Le dije que mi teoría era que al ser Eco un investigador profesional, su ficción se montaba sobre eso. Pero que lo que yo hacía no era nada parecido. Simplemente tenía curiosidad por averiguar ciertas cosas de aquellos que fuimos y la vinculación (si la había) con aquella fenomenología nicótica que nombraba la madre de Alba. Yo no quería iniciar una batallita intelectual. He de conseguir la novela Los superficiales de Nicholas Carr. Según Manu, habla del efecto que tiene Internet en nuestra manera de conocer. Quizás pueda pelotear todos los días. Avanzo con el balón. Se me escapa. Enfoco el tiro. Y lanzo. Recuerdo de niño lo divertido que era. Hace un sol de castigo. La mascarilla la he dejado en el bolso. Tina la lleva en la papada. Le propongo un pequeño partido de 10 puntos. Me dice que no le deje ganar. Me río. No soy precisamente Jordan. Simplemente disfruto y sudo mucho. Al final gana ella. Vamos asumiendo la distancia del aro. Corremos, votando con el balón. Recuperamos aliento cuando el otro lanza. Saltamos. Y sudamos mucho. Cuando decidimos dejarlo, me encuentro que Novoa me ha enviado el logo que le he pedido. Se lo enseño a Tina. Me dice que no está mal. Ninguna batallita intelectual, pienso, recordando a Manu. 

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