Bill Gates, filántropo.

Y me canso. Estoy a punto de decir lo que pienso. Me callo. He ido a Satori con mi madre. Pedimos dos cortados descafeinados de máquina y dos vasos de agua. Hablamos de lo que hemos desayunado y de lo mal que hemos dormido. Le pregunto sobre su mañana. Si ha podido hablar con alguien. Si le ha apetecido salir. Y me dice que está cansada del Coronavirus. Y se ríe al pensar en ese niño que sale por la tele. Que apenas sabe hablar. Y que dice que se queja del Coronavirus. Quizás imitando a los adultos que tiene cerca. Saco el móvil y hago una foto al cartel de la cafetería. Mi madre me pregunta qué significa Satori. Yo le digo que me parece que es una palabra japonesa que los budistas utilizan para explicar la iluminación. Le digo a mi madre que he ido, por segunda vez, a lanzar unos tiros. Me mira con asombro y preocupación. Le explico que me refiero al baloncesto. Mi última incursión en mi adolescencia prolongada. Un balón, una cancha y alguien que me quiera acompañar. Esta vez ha sido Vilas. Me he hecho daño en los pies. Tengo bolsas en las plantas y me duele al pisar. Hacía mucho calor. Después de darme una verdadera paliza, Vilas me invita a café en su casa. Y ahí mientras toco un poco su guitarra, hablamos de los nicóticos y de Vandana Shiva. De cómo, según su opinión, la tendencia es pensar ahora que quien tiene una visión crítica sobre Bill Gates es un conspiranoico. O un paranoico. Y me hace recordar a mi amiga Flavia que se define como Pronoica. La pronoia defiende la idea de que lo que ocurre en el universo nos favorece. Algún día tendré que presentársela a Vilas. A los dos les interesa el enfoque de los eneagramas. Y mientras voy sorbiendo el café, observo las maravillosas plantas que tiene Vilas en su casa. De un libro de Vandana Shiva me lee un párrafo que viene a denunciar lo que se está haciendo en lugares como India, creando una necesidad y una solución a un problema que no existía. Las vacunas y las alteraciones genéticas, el cambio climático y los documentales sobre Morsas suicidándose en una isla polar rusa, la industria cárnica, el impacto medioambiental, hacen que Vilas me mire con ojos de desconsuelo e indignación. Osea, me dice, que ahora resulta que Bill Gates es un filántropo. 
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