Todo lo que cuento.

Todo lo que cuento aquí es verdad. Pero no ha ocurrido nunca. Hoy he salido a correr muy temprano. Estamos en el primer día de la fase 3 de la desescalada. Quizás en un futuro cercano este tipo de terminología estará integrado en nuestro vocabulario. Se repitan las epidemias y las pandemias en ciclos intermitentes, llevemos todos mascarillas, nos pongamos un gel pegajoso cuando entremos en las cafeterías o tiendas. Etc. Pero tal vez no. Y la distopía o cuento apocalíptico tarde en cumplirse. Quizás no dependa del todo de nosotros. Al menos no de esa forma tan nuestra que tenemos de hacer que todo sea blanco o negro y responsabilidad de los dirigentes, de las elites económicas, de las farmacéuticas o de la propia tierra erigida como un ser castigador en nuestra mitología epidemiológica. Saldrán libros que lo expliquen mejor. Tutoriales de ciencia o de filosofía como el de los Castro. Habrá quizás quien hable de una vuelta al realismo ingenuo. Hoy he salido a correr. Y he recordado a Murakami. Escribo esto tras haber corrido unos 30 minutos. Estoy tecleando la pantalla de mi móvil, sentado en una carnicería gourmet donde sirven café. Me he tenido que poner ese gel en las manos. He transpirado la carrera entera. Mi camiseta está pegada a mi cuerpo. Y temo ponerme malo. Y en mi miedo confundirlo con el covid. Voy tomando un café en un vaso de cartón. Amargo. Y recuerdo que aquí he escrito un año atrás sobre mi padre y la costumbre que teníamos, muy poco antes de que lo hospitalizaran, de ir a tomar café y de hablar sobre cualquier cosa. Un año atrás ya hacía un año y medio que no estaba. Y en este sitio pedí un bocadillo de pata que me hizo recordar a ese bocadillo perfecto del que me hablaba. Pan crujiente, pata caliente, queso blanco sin frío. Y ahora recuerdo que ese recuerdo me hizo recordar que también solía correr para paliar el ruido de mi cabeza que había dejado su ausencia. Y también los sueños recurrentes en que al descubrir que ya no está, lloro de una manera trágica, deseando que alguien me escuche fuera del sueño. Un año atrás, como digo, estaba en la misma cafetería, sin covid-19, ni indicios. Y me dio por escribir por primera vez en la pantalla de mi móvil. Pantalla que quizás modifique lo escrito. La tecnología de la escritura modifica la propia escritura. No es lo mismo escribir en una libreta, que en una máquina de escribir, en un pc, o en unas teclas dibujadas, virtuales y diminutas como estas. Y recuerdo que al pensar en mi padre y en que había estado corriendo por esos días, me vino aquel libro de Murakami sobre la escritura y su método. A los 30 años, decidió dejar su antigua vida, abandonar el tabaco y cerrar el local de jazz que regentaba, para dedicarse a correr y a escribir. Cambió sus hábitos. Mi padre, hizo en su último año de vida que yo tomara conciencia de mis hábitos y de la conciencia del cambio que se estaba produciendo en mí. Y escribí sin saber la repercusión que en un futuro iba a suponer un texto sobre un cierto deseo cómico de ser un Murakami canario. 

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