El ladrón de libros.

Tranquilamente me voy acercando a ti. Pero es imposible saber cuándo llegaré. La carta de Alba terminaba así. Lucila no sabía cuándo la volvería a ver. Abi tampoco. Novoa, me dijo que el asunto de los nicóticos estaba decayendo un poco. Yo quise advertirle que así llevamos unos años buenos. Todo empezó, o no, con aquellos programas de radio. El ladrón de libros. Clemen me daba la señal, en los mandos técnicos, tras el cristal. Yo respiraba y daba las buenas noches. Una taza de café humeante. Vilas hubiera disfrutado. Clemen recomendaba la última lectura e introducía el programa con aquel tema de jazz que habíamos encontrado en Rayuela. Yo no paraba de tomar café. Un café de cafetera americana. Los programas eran eternos. Los primeros muy guionizados. Parecían de Radio ECCA. Hasta que nos fuimos soltando. La presentación de los nicóticos reales se fue dando poco a poco. Fueron pasando por antena. Desde Galicia, Novoa y Xavi, nos ofrecían el anecdotario de su trabajo en una ONG. Fernan y Claudia, llevaban los contenidos más originales. Alguna peli olvidada, un libro descatalogado. Y de fondo Clemen iba soltando apuntes de música. Yo caía en lagunas de memoria. Adoraba radio 3 y quería imitar la forma improvisada de sus programas. Una noche radiamos la historia de Alba. Nos llamó desde su casa. Y nos habló sobre las vicisitudes de su madre. Dijo que había conocido a Rodrigo Fresán en la Shakespeare and Company, en París. Y que él le había animado a seguir el rastro casi literario de la historia nicótica de su madre. Por aquel entonces, ya andaba diciendo que La fenomenología de los nicóticos era un libro inencontrable. Clemen me había dicho fuera de antena toda la comedia de Alba. Que nos iba a llamar, etc. Ya he dicho que nunca vi el supuesto mecanoscrito del que me hablaba Clemen. El relato biográfico de Sue, el nombre que adoptó el padre de Alba, cuando se convirtió en mujer, fue una sucesión de anécdotas asombrosas. El padre se llamaba Julio. Y daba clases de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de La Laguna. Se había especializado en la obra temprana de Cortázar. Los primeros cuentos. Clemen me lo contaba en aquellas noches de estudio frenético que pasábamos sin dormir. Todo para presentarnos a la mañana siguiente a aquellos exámenes de la carrera de Filosofía. Por fuera de la biblioteca de la Universidad, nos íbamos contando los temas que entraban en los exámenes de las asignaturas de Epistemología I o Antropología social del día siguiente y entre pitillo y café de máquina, había siempre un momento para recordar aquella fenomenología de Julio, luego Sue. La noche que entró Alba en antena, yo no sabía que iba a fundar el mito de lo nicótico. Reivindicando una visión del mundo ajena. Nosotros habíamos bromeado antes con la posibilidad de crear un tipo de ciencia imaginaria semejante a la patafísica francesa. Pero aquí entró el ingenio de Alba. Con varias indicaciones dirigidas a Clemen, entramos en un ambiente que desde entonces recuerdo como el ambiente nicótico por excelencia. Empezó a sonar la canción de la banda escocesa The Blue Nile, Let's Go Out Tonight. Una sensación de pérdida, nostalgia y alegría se apoderó del estudio. Nosotros, que habíamos aprendido a crear un formato de programa más o menos digno, con la consigna de un ladrón de libros que roba para saltarse la normas del establishment cultural, y por necesidad, nos dimos cuenta de que aquello que estaba pasando era, como poco, difícil de conceptualizar. Sólo se podía vivir. Y luego recordar y escribir sobre ello. Sin ninguna esperanza de explicación racional completa. Pero no seamos del todo racionales como diría Vilas. Mientras tanto se oía entrecortada, no sé bien por qué, la voz de una Alba aniñada que leía una carta dirigida supuestamente a su madre. Una especie de performance nicótico. Tranquilamente me voy acercando a ti. Pero es imposible saber cuándo llegaré. Decía su voz metálica. Casi llorosa.

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