Holmes.

Hoy ha amanecido raro. Un día con una luz inmóvil. Parece que ha sido la misma hora todo el día. Y sin embargo he subido a tomar café. A penas trabajo. Tengo alguna clase que preparar. Sobre Aquino. Y sobre Eco. Sobre Billy Wilder y los primeros 20 minutos de La vida privada de Sherlock Holmes. Hay dos personas encaramadas en una grúa exigiendo desde hace más de 24 horas el paro de una construcción en la playa de la Tejita. He ido siguiendo la noticia. Vilas me ha dicho de ir hasta el Médano para unirnos a la protesta. Yo le he dicho que no me apetecía nada. He estado ayudando a mi hermano con la plancha del patio de la casa de mi madre. Una casa que queremos vender. Hemos hablado de eso. El día ha transcurrido como muchos de los de la fase de la desescalada. Puro humo. He ido a Sagrera y a Leroy Merlin. En busca de unas piezas para el arreglo. El ambiente relajado tiene algo de tensión. Y la luz no ayuda. Una luz blanca, oculta en alguna parte del cielo nublado. Ayer en la noche, mi madre no pudo dormir por el ruido que hacía el viento en la plancha del patio. Vilas, me escribe para preguntarme de nuevo si me uno a la manifestación. Y cansado, no sé qué contestar. Me vienen a la cabeza los pocos momentos en los que me he unido a este tipo de protestas. Por las subidas de las tasas de la universidad, por la entrada de España en la guerra de Irak. Por la construcción del puerto de Granadilla. Y nunca me he sentido demasiado bien formando parte de este tipo de movimientos de resistencia casi física. La acción política y ciudadana debería prevenir estos desastres ecológicos. Y evitarlos. Que la consecuencia de la corrupción política o la desidia política, sea este tipo de activismo me enfrenta a esa dialéctica de buenos y malos donde no quiero estar. Legislar con ética y participar de verdad en las decisiones de este tipo deberían formar parte del verdadero activismo. Y no subirse a una grúa. Sé que me digo esto para justificar mi inercia. Finalmente, consigo dar una pequeña clase sobre Wilder y su periodo berlinés. Cuando era ayudante de Lubitsch. Aquellos veinte minutos de La vida privada de Sherlock Holmes los dejo para otro momento. He jugado al parchís con mi madre, siempre me gana. Media dormida me empieza a contar sobre su pasado en las distintas casas donde fue viviendo. Primero, en una calle céntrica de Santa Cruz cuyo nombre no recuerda. Luego, en un barrio llamado Las monjas, por encima de la Refinería. Muchos incendios hubo en esa época ahí, me dice. Teníamos que salir con lo puesto. Después, se mudaron a un lugar que llama Las jaboneras, frente a un vivero. Calculo que está hablando de los primeros años de la década del 50. Tras tomar el café, ver cómo me daba una paliza al parchís, y me ponía un trozo de tortilla recién hecha por ella, en un tupper, me despido con el nombre del Camino Marte. Un camino que al parecer estaba por debajo de la barriada de La Victoria. Y por el que ella solía ir. Un camino que desembocaba en La Molina del gofio. Un camino que no encuentro en Internet. Nada de eso existe ya, me ha dicho, bostezando, con mucho sueño.
 

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