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Mostrando entradas de julio, 2020

Maravilloso.

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Me levanto algo dolorido. El de ayer ha sido un entreno duro. Preparo la cafetera. Calculo que es muy temprano. Recibo un WhatsApp de Susana. Me dice que le da tiempo de un café antes del entreno. Vamos, le pongo. Dejo la cafetera cargada. Reviso la hora. Me visto. Recojo los residuos de plástico. De camino a la cafetería tiro la bolsa de plásticos. A Susana la conocí en el gimnasio. Había sido pareja de Vilas diez años atrás. A día de hoy eran muy amigos. Tenía dos niñas pequeñas y quería cambiar su vida. Necesito un cambio, me dice. Susana me dice que la llame Su. Nos hemos hecho cómplices de los entrenos de Guille. Y algo adictos a los cafés de antes. Cuando llego a la cafetería veo que está en un rincón de la terraza. Yo voy bastante dormido. Hoy hay clases de GAP (glúteos, abdominales y piernas). Creo que soy el único chico que va. Llevo dos semanas yendo. A clases de funcional y GAP. Con Guille ambas clases son muy parecidas, dice Su. Saludo a Su con un bostezo. El cielo está azu

Aprender a ganar.

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Es sábado por la noche. Tras comprarme un pantalón estilo carrot (he tenido que preguntarle al dependiente qué significaba carrot) en Pull and bear, he visto que Abi me estaba esperando por fuera de la tienda. El centro comercial está cerrando y nos debatimos entre ir a otro sitio o quedar otro día. Abi está deseosa de enseñarme el primer capítulo de la novela. Yo estoy bastante cansado y se me nota en la cara. Aún así me obligo a seguir un poco más. Subo en mi coche y Abi me sigue con el suyo. Llegamos hasta La Laguna. Ahí ella consigue aparcar antes. Cuando aparco, reviso lo que me he comprado, pensando que tendré que devolverlo. El de la tienda me ha dicho que no podía probarme el pantalón. Por el covid19. O la covid19. Hoy me he enterado de ese femenino. El pantalón sólo me ha costado 5 euros. Y eso me ha decidido. Entramos a un lugar especializados en croquetas caseras, que se llama La Cocretería. Supongo que por la broma de decir de manera consciente cocreta y no croqueta. Un apr

Strange.

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Sábado temprano. Me decido a salir con la bici. Hace un día espectacular. Llevo el libro Facha de Jason Stanley para devolvérselo a Cora. Le he mandado un WhatsApp diciéndole que iba a subir con la bici. Ahora estoy sentado en la cafetería de siempre. Escribo esto y observo. Creo que detrás de mí está sentada una chica que conocí hace como veinte años. Escucho por spoty la canción de Margaret Glaspy, You and I. Es curioso porque esta chica me recuerda un poco a Glaspy. No sé por qué terminé poniéndole el sobrenombre de cara de perro. Aunque ella nunca lo supo. No pretendía ser un insulto. Soy de las personas que identifica las caras de los demás con la de algún animal. Ahora escucho Strange de Galaxy 500, un grupo dream pop de finales de los 80. A Vilas siempre le digo que esta canción daría para una novela. No sé muy bien lo que quiero decir. Es un tema de guitarras y voz muy suave y garajera. Con voz rasgada. La peculiaridad es que el tema empieza como termina. Parece un final que ta

Una novela de proyecto.

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En un momento de calor asfixiante se me ha ocurrido dejar de respirar. Simplemente me he dormido. Está siendo el domingo más extraño del mes. He ido a ver a mi madre que pasa unos días en un apartamento en el Médano. Con diferencia, este fin de semana está siendo el más caluroso del año. Nos hemos despertado con sueño. Algo de café y frutas para mí y un tazón de leche y gofio para ella han conformado nuestro desayuno. He dormido en un sofá cama enorme. Frente a nuestro edificio ha habido algo de jaleo por la noche. Creo que son los que me han llamado por la tarde. Acababa de llegar al apartamento. Llevaba una semana sin ver a mi madre y nos estábamos poniendo al día. Sentados en sillas de madera, en el balcón. Cuando un joven con camisa de flores, típica de algún festival de música indie, nos ha empezado a interpelar desde el edificio de enfrente. Nos ha saludado con énfasis. Hay que aprovechar ¿verdad? Ha dicho. Me ha preguntado si mi madre es mi mami. Y me ha pedido que la cuide much

Cualquier cosa. (El nudo nicótico).

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Cualquier cosa puede servir como material narrativo. Sabíamos que había algo de verdad detrás de esta afirmación tan frágil. Y que del conjunto de las mil mascarillas diarias del postcovid estaba saliendo una postbasura. Al principio, cuando se me rompían las tiras, deshechaba la mascarilla, sin haberle dado mucho uso, acumulándola en el coche, con las otras, por debajo de los sillones o en los laterales de las puertas. Hasta que empecé a hacerles un nudo. Me di cuenta de que Abi hacía lo mismo. Al contar algo a partir de una anécdota o una situación real, también hacemos un nudo. Nos resistimos a la fragilidad de las mascarillas como al de los argumentos vacíos. Y logramos crear otros argumentos a partir de la resistencia que hace un simple nudo. Y nos damos cuenta de las tramas posibles, los giros inesperados, los desarrollos de un nudo y de su resistencia tan frágil. Escribir, dicen, nos redime o nos hunde más. O quizás sea simplemente un hábito, como cualquier otro. Y una media nec

Cualidades.

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Suelo ir temprano al baño. Sentarme en el váter y evacuar de una sola vez por el resto del día. Con una gran sensación de vacío placentero. No uso papel higiénico. Me parece antihigiénico. Uso el bidet. Fantástico invento, he pensado siempre. Pero hoy me falta papaya que suele ayudarme bastante. De momento sigo con mi rutina de tomar café. A la espera. Esperanzado. De la fruta que suelo tener me queda sólo una manzana. Aunque creo que estriñe. Aún así me la estoy comiendo. Ayer vi Encuentros en la tercera fase en Filmin. No tengo una buena conexión de Internet y se ralentiza. Recuerdo ver esa peli de niño, por la tele. Ahora la veo de otra forma. Me fijo en cómo está contada. Le pongo mucha cabeza. Interpreto la caracterización de algunos personajes, de otras nacionalidades que no sean la estadounidense, como algo caricaturesca. Por la posición de la cámara, la lente, la fotografía y la tendencia a un ligero contrapicado, me inclino a pensar que la historia se quiere detener en una épi

Buscando un nombre.

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Me duele la espalda. Llevo acostado en el sillón unas dos horas. Son más de las ocho de la tarde. Ayer no dormí muy bien. Selma me ha ido explicando por audios cómo va su rutina diaria. Busca un compañero de vida para tener una vejez acompañada. A Selma la conocí el año pasado en una aplicación de contactos. Se llamaba así porque a su abuela le encantaba la escritora sueca Selma Langerlof. Aunque no llegamos a tener nada serio, nos ha quedado una bonita amistad. Tiene 48 años muy bien llevados. Los hombres tienen un concepto equivocado sobre las mujeres de 50, me decía. Tengo amigas de esa edad que están mucho más en forma que muchas jóvenes de 20. Selma vive en otra isla y sólo nos hemos visto una vez. Me admiraba su forma tan segura de ver el mundo. Recordaba con nostalgia su época estudiantil en Londres y deseaba en secreto estar de nuevo allí pero con la experiencia de ahora. Muy trabajadora, era una mujer independiente a la que no le asustaba la soledad. Sin embargo, su plan era b

Siverio.

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Siverio era delgada y sus pezones sabían a limón. En su hombro izquierdo descansaba una tríada de lunares color miel. Era morena como el Nesquik. Su pelo era un rulo indeterminado de canas y canela. Esbelta o arrugada según la postura de su frente. Con un ombligo prieto y unos pies oníricos dibujados en un papel. Tenía unas manos oportunas para la carpintería y para montar aquellos muebles que hacía mi padre. Un armario, un gabán o la restauración de una cómoda centenaria, por decir unos pocos que recuerdo. Escribo esto nada más despertarme. Pienso que alguna vez me hubiera gustado soñar con alguien así. Me levanto con ese apellido en la cabeza. La parte materna de mi padre. Su abuela concretamente era una Siverio. Nació en una cueva y no es exageración. Mi abuela fue la penúltima de cinco hermanos. Tampoco sé muy bien el motivo de ese deseo de sueño. Siempre me ha parecido un nombre de gran sonoridad. No diré nicótica, porque la uso demasiado (la palabra)  y sin saber bien su sentido.

Bla, bla, bla.

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Voy sorteando libros.  Cajas de libros. Una donación. De momento me encargo de revisar el fondo. El postconfinamiento ha hecho que la cita previa sea necesaria para el préstamo. La biblioteca queda cerrada al público como lugar de estudio o de curioseo. Voy quitando tejuelos rotos, poniendo unos nuevos. Juntando las tapas con cinta adhesiva y plástico de forrar. Casi trabajo con mis manos. Trabajar con las manos libera y conviene a gente tan mental como nosotros, me dice Abi con frecuencia. Mis días son rutinas. No del todo claras. Desde que mi madre está en el sur me hago cargo de Noa. La ola de calor y la calima han sido de novela de ciencia ficción canaria. Para proteger a Noa del calor mi hermano propuso dejarla en la parte más fría de la casa. Y comprobar que tenga comida y agua varias veces. Tuve un amago de traerla a mi casa pero no hubo forma. El casero tampoco me dejaría. Esta mañana he visto un video documental en el Facebook sobre la vida de Bukowski, con esa infancia llena

Instagramer.

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Abi me está proponiendo que retomemos lo de los nicóticos. Que difundamos su visión como si fuera evangélica. Nos morimos de la risa. Yo lo único que quiero es seguir escribiendo, me dice. Hablamos de mi tímido intento de usar Instagram para difundir el blog. Hay algo de esto que nos hace acordarnos del proyecto de Sabina. Vamos dando un paseo nocturno por Santa Cruz. Es la primera vez que Abi y yo exploramos la capital. Buscamos un lugar donde comer algo. Abi sugiere El imperial. Y yo recuerdo a mi padre que siempre me hablaba de los bocadillos de ahí. Tengo recuerdos muy tempranos de estar entre mi padre y mi madre, o quizás en las rodillas de algunos de los dos. Ellos desayunan sentados cerca de la barra. Vamos ahí porque está en frente del centro médico donde me vacuno, es muy temprano. A Abi no le cuento nada de esto. Curiosamente nos alejamos del bar. Y nos vamos acercando a lugares que cierran o que están en su día de descanso. Le he dicho a Abi que mi segundo nombre es Teófilo.

Vilas feminista.

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No puedes hablar de ciertas cosas del feminismo. La discriminación positiva. La carencia de una autocrítica. La empatía emocional con la víctima. Vilas remueve con el dedo su copa de balón. Ron arehucas blanco y sprite. Estamos en el sitio de siempre. Hemos hablado del edificio de Sabina. Hace unos quince años un poco después de que Vilas se marchara a latinoamerica, y cinco años después de que Alba desapareciera, Sabina contactó con Clemen con la idea de crear una editorial. Todo el tema de los nicóticos se unió a la tendencia feminista de Sabina. Por aquella época era diferente. Se podía hacer autocrítica y seguir siendo feminista. Vilas por aquel entonces practicaba la terapia cooperativa en pueblos indígenas. Dando un paseo por La Laguna, nos topamos con el edificio heredado de Sabina que ahora estaba en venta. Habíamos acabado donde siempre. Mientras Vilas seguía paladeando su copa y desgranando los recuerdos de la Sabina niña que jugaba en el patio de la casa de Alba durante las

Llego al mar.

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Llego al mar y es infinito. Antes me he visto con Clemen. En una gasolinera le he pasado un pendrive. El contenido de ese pendrive tiene un sentido de relato. Y también hay un documento. Una novela. Clemen no lo sabe. Piensa que  simplemente son unas plantillas de correcciones para los exámenes de la EBAU. Decírselo así sin más, sería escarbar en el pasado. Los días del programa de radio y de la herencia de la abuela de Alba. Sabina, su hermana, heredaba el edificio de la calle Herradores. Ahí fue donde nos volvimos a ver. El proyecto de la editorial y la búsqueda de autores nicóticos podía hacerse realidad. Recuerdo el día en el que Clemen me llamó para darme la noticia. La niña que veíamos jugar en el patio cuando íbamos a la casa de Alba, se había convertido unos años después en la heredera. Alba seguía desaparecida. Quizás en alguna isla asiática. Ahora con Clemen, nos ponemos al día. Han pasado casi 15 años desde aquel proyecto. Y se ha dedicado a la enseñanza. Escribe artículos p

Azoteas.

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Azoteas hay muchas. De distintos tamaños y colores. Orientadas al norte o al sur. Con un claro gusto a infancia por las mañanas y un recuerdo tranquilo por la tarde. De verbena nocturna en alguna ocasión de bombilla vieja. No es igual la azotea de la casa de mi madre que la del edificio donde vivo. Un techo sólo para antenas. Eché de menos tener una azotea en el confinamiento. Ayer fui a buscar a Malena. Llevaba unos meses sin verla. A penas recordaba dónde estaba su casa. Llegué algo desorientado. Mandé audios. Ella me contestó con otros. Eran cerca de las diez de la noche y aún había algo de luz. Y una luna suspendida a varios puntos sobre el horizonte. Algo rasgada y ligeramente amarilla. Malena iba vestida con vaqueros y una blusa naranja. A juego con su pelo. Malena es intensa y dramática en todo lo que narra. Pone caras que acompañan a las palabras de una manera que me hace comentarle todo el tiempo las caras que pone. Hablamos de Gaddis y de la novela suya que estamos leyendo. Y

Sífilis.

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Por las mañanas. Recibo audios. El viento. La luz indefinida. La temperatura que va subiendo. Un café muy corto. Intenso. Blog. Pregunto. Me pregunto. No sé si genero alguna trama cuando escribo. O es la misma trama. Alba es un Macguffin. Su historia. La búsqueda de sus dos madres. La fenomenología de los nicóticos de su padre Julio, luego Sue. El misterio de su madre biológica. Una mujer sin nombre. Y Cortázar o Fresán. O los comienzos de novela. O los tiempos en los que leía novelas. El reto de leer a Gaddis. La experiencia de lector. Mi cambio de trabajo. La maldita historia del COVID-19. Los temores. Las causas indefinidas. Y vuelvo con las listas y las enumeraciones. El logo de nicotics. Quedo con Tina. Por las mañanas vamos hablando de cualquier cosa. Y yo con la novela en la cabeza. Una historia sobre alguien a quien no le ocurre gran cosa. Un libro de ausencias. O de aciertos. Me siento por fin a tomar café. Y empiezo a teclear estas palabras. Reviso el Facebook. Encuentro un a

Un Colombo cualquiera.

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Vamos a cenar. Un picoteo, dice Abi. Dudamos entre Santa Cruz o La Laguna. Oba está en Santa Cruz. Y Abi no quiere encontrárselo. Nos decidimos por La Laguna. Es su coche y yo voy de copiloto. Busco en Spotify  la playlist que le envié durante el confinamiento. Cuorentena. Fui añadiéndole temas a medida que el confinamiento se alargaba. Hoy Abi tiene una cara diferente. Me dice que ha sido su último día en la escuela. Oficialmente empiezan sus vacaciones. Será por eso, pienso. Sospecho que no encuentro la playlist porque su cuenta de Spotify la tiene compartida con Oba. No quiere dejar rastro de mi presencia última en su vida. Lo entiendo, hasta cierto punto. Me siento como un espía. Aunque en realidad no espío nada. Y tampoco me escondo demasiado. Ni ella tampoco. Aún no hemos tenido ninguna conversación sobre nuestro reencuentro. Y a veces me siento como un detective, interrogando al aire. Una especie de Colombo canario. Yo no estoy tuerto ni llevo una gabardina. Pero sin duda llevar

Duda subtitulada.

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El confinamiento lo vamos arrastrando. Vilas me iba colando alguna frase de este estilo. Se había ido por unos días a visitar a unos amigos a la isla de enfrente. Y me había pedido que cuidara de sus plantas. Durante el confinamiento había formado un minivivero en su casa. Un rosal. Un bonsai. Dos potos. Un ficus. Un tomatero. Y otras plantas que ni sé cómo se llaman. La casa de Vilas es una especie de templo de la tranquilidad. Carece casi de pasillo. Las habitaciones se disponen en un plano cuadrado. Podría ser la cuadratura del círculo. La falta de responsabilidad, decía. Yo tenía dudas sobre casi todo. Vilas me escuchaba en terapia. Y con el tiempo nos fuimos intercambiando los papeles. A veces, yo era el psicólogo. Toda la historia de las dudas ya era un tema nicótico. Yo le enseñaba los audios de los programas de radio. La famosa intervención de Alba. Ahí fue donde empezamos a conectar. Cuando le propuse lo de la sesión de espiritismo. Alba nos hablaba como desde un sueño. En el