Las pruebas de Alba.

Y vamos entrando y saliendo. Miento y no miento. Eran las sesiones improvisadas con Alba. Vilas tomaba notas. Óscar María que por entonces era un escritor desconocido también acudía. Alba veía cosas. Y al principio no cobraba nada. Sin embargo yo le confesé algún secreto. Mi época de ladrón de libros y mi insistencia de averiguar a toda costa las vicisitudes de la vida de la madre transexual de Alba, haciéndome pasar por trans, por ejemplo. Pero me dio mucha vergüenza. Vilas reía. Óscar María estaba demasiado serio. Alba, no sé dónde estaba. Íbamos a su casa. En una habitación que daba al patio interior del edificio nos acogía como huérfanos. Un sofá de dos plazas que se hundía y una silla de Ikea color crema con asas y ruedas y respaldar alto que había tenido tiempos mejores, más una lámpara de pie era todo lo que componía el mobiliario. Las persianas se mantenían bajadas. Entraba poca luz. Y la lámpara casi siempre estaba encendida. Ya por entonces conocía lo de la historia de la madre de Alba. Por eso me dio tanta vergüenza reconocer aquello. Pero con Alba no se podía mentir. Veía cosas. Otro día habló sobre el hermano de Vilas y su novia. Había que ver la cara de Vilas. Entre asombro y alivio. Y era verdad. Sentíamos alivio al entrar allí y comunicarnos. Podría ser que Alba tuviera un gran poder de observación. Pero parecía otra cosa. Ninguno de los que estábamos allí teníamos una predisposición muy fuerte a creer en todo aquello. Pero tampoco un escepticismo radical. Simplemente Alba te decía cosas que era imposible que supiera. Sobre tu pasado, sobre fallecidos. Mensajes y preguntas. Ella explicaba que veía el aura y gente que te protegía o te acompañaba. Movía la cabeza como si estuviera escuchando o sintonizando. Y a los pocos segundos llegaba la pregunta o simplemente el mensaje. Tan personal que te dejaba sin palabras. Eran las pruebas de Alba. Creo que se estaba probando a sí misma. Para ver si acertaba. El mostrarse como una medium ofrecía una parte de su personalidad que no conocía nadie. Y tras darse cuenta de que funcionaba, empezó a cobrar. Dejó la tienda de deportes y se dedicó a contactar con los espíritus o con los temores de los desconocidos que fueron pasando en procesión durante los primeros años. Óscar María escribió un cuento sobre sus experiencias en las sesiones. Creo que se encuentra en una antología de los cuentos de madurez. Pero no suele citarse mucho. Lo tituló Las pruebas de Alba. 

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