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El puñetero pez plátano.

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 Sobre el primer cuento de Salinger. No sobre su primer cuento. Que no sé cuál será. Sino sobre el primer cuento de su libro de cuentos llamado Nueve cuentos. Y cómo en dos escenas monta un cuento casi perfecto. Sabemos de la historia del protagonista, llamado Seymour, por la preocupación de su suegra en la conversación telefónica que mantiene con su hija. La esposa de este. Sabemos que ha vuelto de una guerra no demasiado bien. Y lo sabemos por la preocupación de la madre, la suegra de Seymour. Y del interrogatorio a la que somete a su hija. En el siguiente cuadro o escena, la acción transcurre en la playa. Tras un breve diálogo entre una madre y una hija en otra habitación del mismo hotel. La hija esta vez es una niña. Y acaba yendo a la playa sola. Tras las huellas del protagonista. Que se llama Seymour Glass. Y ocurre una cosa con la traducción que es arriesgada y quizás no funcione. El traductor traduce literalmente el nombre del protagonista para recrear la confusión del nombre.

Revelaciones y recomendaciones.

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Leo a Vallejo. Leí a César, ahora leo a Irene. Con respecto al peruano, me vi hace unos diez años en el cementerio de Montparnasse, buscando su lápida. Un día de aguacero. Domingo. Como rezaba su verso. Ahora leo a Irene con sus anécdotas sobre el libro y su historia. También escucho el podcast de Civilotti, Filosofía de bolsillo. Está hablando sobre el libro de Sádaba. Ética para el siglo XXI. Irene Vallejo en su libro El infinito en un junco, escribe sobre la crónica de los libros en la época romana. De la mala fama que tenían los oficios relacionados con la cultura como el de la docencia o el de la escritura artística. Y establece un paralelismo con nuestra época. Nuestro neoliberalismo considera la cultura como un pasatiempo. La filosofía también es considerada como un pasatiempo o como una cura rápida. Todo se banaliza. En general, la gente ya no lee libros, los escucha. Y si los lee, no los lee enteros. Fotografía una frase o una página y la comparte en una red social. Buscando v

Antoar. Anotar.

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Este domingo hemos ido mi madre, mi hermana y yo a casa de mi hermano. Mi hermano me ha contado que el finde se lo ha pasado escribiendo. Una libreta y un boli. Y que hace mucho tiempo que no lo hacía. Se siente más cómodo pensando en un discurso oral. Hablando con el otro. Ese otro puedo ser yo ahora. Me cuenta que las ideas le van surgiendo en la conversación. Y es verdad. Yo soy testigo de sus hallazgos filosóficos. Prácticamente una vez a la semana, me acorrala y yo me dejo acorralar, con un discurso que va haciéndose casi solo. Como si el que hablara por la boca de mi hermano fuera su propio pensamiento estimulado por mi resistencia, en un principio, a aceptar su tesis, acompañada luego por mi rendición casi incondicional a escuchar el desarrollo de su tesis y su posterior transformación en otra. Una especie de juego hegeliano oral. Supongo, me dice, que me siento empujado a salir del laberinto de mi cabeza y uso como hilo el interés de mi interlocutor y de alguna forma (socrática

El otro.

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 Al otro siempre le pasan cosas. Yo lo acompaño, tomando apuntes. Siempre me justifico diciéndome que es material narrativo para la novela que nunca terminaré. Por las mañanas, el otro tarda en arrancar. Carga la cafetera, pone la playlist Cuorentena que creó durante el confinamiento. Coloca el móvil en la repisa. Y empieza a escuchar alguna canción como, por ejemplo, Moments like these o Range life. Siempre se olvida de cargar el pequeño altavoz que funciona con Bluetooth. El sonido metálico, sin matices, surge de ese pequeño ordenador que es el móvil de marca Huawei. Mientras espera a que salga el café, el otro va revisando su correo, sus redes sociales. De manera automática, vuelve a dejar el móvil en la repisa. Se acerca al baño. Hace sus cosas. Yo podría tomar nota también de esto. Pero me reprimo. El otro sale como mejorado del cuarto de baño. Sospecho que ya empieza a sentirse con la energía suficiente para empezar el día. El sonido de la cafetera revela que el café ya está más

Este es el caso. No hay otros casos.

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 En la película Veredicto final del director Sidney Lumet, el personaje interpretado por Paul Newman, abatido por el alcohol y la autocompasión, no deja de repetir, (cuando en su ejercicio de abogacía le llega un caso de negligencia médica, y todo parece indicar que va a perder el caso, frente al consuelo de su compañero y ayudante, diciéndole que ya habrá otros casos), la siguiente frase: este es el caso, no hay otros casos. Y sigue. No hay otros casos. Este es el caso. Habré visto esta película varias veces en mi vida. Y la última vez hace mucho tiempo ya. Pero siempre voy a recordar esa frase. Una especie de mantra que, en mi opinión, viene a significar que hay que vivir lo que viene con todo el rigor que puedas en ese momento. Y la fuerza que te permita tu salud mental. Sin embargo, pensar que habrán otros casos (otras oportunidades) es necesario para poder seguir adelante y gestionar el fracaso o el abandono. El mantra puede convertirse en un arma de doble filo. Porque claro que e

Captured Light.

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 Vamos dando tumbos. Pido un café y me quedo solo. Luisa me ha vuelto a vender las virtudes de la docencia. Miro el face, la gente se queja porque los niños negros de África se meten en piscinas del Sur de la isla. Pienso en el currículum de Prácticas comunicativas. ¿Pensamiento emocional o inteligencia emocional? Recibo un WhatsApp de mi nuevo compañero de batalla. Gracias mil por el texto de Byung Chul Han. Un surcoreano muy de moda. Y yo pensando en las virtudes de la biblioteca de Bellas artes. En la tranquila virtud. Hoy he pagado el alquiler y tengo bastante poco para llegar a final de mes. La prueba de fuego será ver a los niños. Asustados y no. Revoltosos y no. En Netflix hay una serie llamada Rita sobre la docencia. No creo que me sirva. Pero escucho Captured Light de The Amazing. Llega Luisa con una alfombra de fibra. Redonda. Adivina ¿cuánto? Seis euros, le digo. Ni me escucha. Pago el café y nos golpea un calor de lunes festivo que simula un domingo de calima. El tiempo sah

Ideas.

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 Hoy o ayer. No recuerdo bien si he de empezar o terminar. Ni tampoco si he de empezar por lo de ayer o por lo de hoy. Y si esa elección me hará terminar antes de que comience. Podría (y aquí empiezan las opciones a elegir) empezar por algo que me ocurrió ayer. Relatarlo con algo de gracia. Enganchar al lector para que quiera seguir leyendo. Y se pregunte si el relato fue realmente ayer, ya que tarda tanto en resolverse. Si es que tarda. O también podría empezar por hoy y no recordar nada de ayer. Empezar de cero. Ingenuamente. Y no enganchar a ningún lector. O sí. En el comienzo de la novela El tambor de hojalata, el protagonista que también es narrador, se presenta y se pregunta respecto a cómo comenzar un relato en pleno siglo XX. Me van surgiendo ideas sobre cómo empezar una novela (que no es el caso) entrado el siglo XXI. En un año como este. Un año de por sí muy novelable. Un año que está superando lo novelable. Siempre que lo narremos desde el punto de vista de un burgués del mu