Song for my father.

Acudo como cada día a mi blog. Reviso las entradas. Las visitas que he recibido. Me acuerdo de mi padre. De su primer mueble. Una mesa de noche. Me lo cuenta en un sueño. Tomando un café. Me lo cuenta como me lo contaba. Pero con un énfasis diferente. Como si supiera que voy a escribir sobre ello. Fue una mesa de noche con una gaveta. Dentro de la gaveta, me dice, guardo una llave que abre la puerta del taller. Yo, en el sueño, no soy consciente de que estoy soñando. Sólo sé que lo que me dice lo tengo que recordar. Es noche de San Juan. Y lo que parecía un escenario diurno se convierte en una playa. Ya no sé dónde está mi padre. Me acuerdo de las últimas veces que hablé con él. Cómo lo iba a buscar todas las mañanas. Su manera de andar, ayudado con la muleta. La forma amable y alegre de dirigirse al camarero de la cafetería que habíamos escogido. Sus consejos sobre mis desvaríos amorosos y laborales. Y el anecdotario de su vida prematrimonial, cuando era aprendiz de carpintero. Aquella mesa de noche, dice, tenía fallos por todas partes. Vamos saltando de mueble en mueble. El armario, la estantería y con ellos, los primeros enfrentamientos para defenderse de algún que otro intento de humillación por parte de compañeros mayores. Otra cosa es la guitarra, me dice como dictando. Se refiere a la guitarra que hizo con madera de cerezo. Y no olvides la pequeña barca, me sonríe y me advierte. Esa es importante. Y yo en el sueño también huelo a madera cortada. A serrín. A barniz. A cortado recién servido del termo que le llevaba mi madre. Creo que los nicóticos no tienen cabida aquí. Aunque seguro que sí. Despierto llorando. Está amaneciendo. Un pánico se esconde en mi cuello. Y me siento temblar y muy sudado. Consigo levantar mi cuerpo. Como si fuese el cuerpo de otro. Busco la llave en mi mesa de noche. Y no encuentro más que papeles de la administración, un contrato de alquiler, un aviso de cobro del impuesto municipal. Llego al baño, con la espalda encorvada y me refresco la cara. Noto el suelo frío. Busco el móvil y pongo la canción de Horace Silver. Song for my father. Me pongo los cascos. No quiero molestar al vecino. Intento descifrar el sueño al modo psicoanalítico y no llego a nada seguro. Mi conciencia no sabe bien. Opto por una alternativa casi mágica e intento recordar la forma de la llave. Quizás Alba, la nicótica por excelencia, podría ayudarme. Una sesión de espiritismo onírico y seguro que me encontraría mejor. Pero de Alba no sabemos nada desde hace años. No sé por qué me interesa tanto esa llave. Mientras, voy poniendo la cafetera en el fuego, me doy cuenta de que la llave que me decía mi padre, puede ser o un símbolo o un recuerdo. Quizás la tuve siempre en el llavero. Pero no abre ningún taller de carpintería. Sospecho que puede ser la llave de su coche. Un Toyota Corolla que ahora conduzco yo. Uno de los mejores recuerdos que tengo de mi padre es ir a la playa de amanecida en ese coche. Decido ir a la playa tras el primer café. Entro en el ascensor con la mascarilla puesta. Apenas puedo respirar. Se me empañan las gafas. Cuando llego a la planta menos 1 me doy cuenta de que la llave que había soñado era en realidad la de la puerta que conduce al garaje. Pero no la encuentro. No sé qué quiere decirme mi padre. No entiendo el sueño. Y me enfado. Tampoco entiendo por qué tuvo que morirse tan así, tan de repente. No sé dónde está esa llave. Decido volver a mi piso. Me desvisto y me dispongo a acostarme de nuevo. Quizás, logre dormir de nuevo. Tal  vez, logre recuperar aquel sueño. Y preguntarle a mi padre qué ha hecho con la llave. 

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