Maravilloso.

Me levanto algo dolorido. El de ayer ha sido un entreno duro. Preparo la cafetera. Calculo que es muy temprano. Recibo un WhatsApp de Susana. Me dice que le da tiempo de un café antes del entreno. Vamos, le pongo. Dejo la cafetera cargada. Reviso la hora. Me visto. Recojo los residuos de plástico. De camino a la cafetería tiro la bolsa de plásticos. A Susana la conocí en el gimnasio. Había sido pareja de Vilas diez años atrás. A día de hoy eran muy amigos. Tenía dos niñas pequeñas y quería cambiar su vida. Necesito un cambio, me dice. Susana me dice que la llame Su. Nos hemos hecho cómplices de los entrenos de Guille. Y algo adictos a los cafés de antes. Cuando llego a la cafetería veo que está en un rincón de la terraza. Yo voy bastante dormido. Hoy hay clases de GAP (glúteos, abdominales y piernas). Creo que soy el único chico que va. Llevo dos semanas yendo. A clases de funcional y GAP. Con Guille ambas clases son muy parecidas, dice Su. Saludo a Su con un bostezo. El cielo está azul. Y alguna nube se deja ver tras las montañas. La terraza de la cafetería da a una avenida llamada Las Palmeras. Me fijo que la cafetería también se llama así. Se lo digo a Su. Me dice que es la primera vez que se da cuenta del nombre tras un par de semanas. Yo también, le digo. Y nos reímos. El camarero me llama "mi niño" y me pregunta, con la mascarilla puesta, si quiero el café de siempre. Yo le sonrío y muevo la cabeza afirmativamente. No tengo ningunas ganas de entrenar hoy. Yo tampoco, me dice Su. Tiene a sus dos niñas en una guardería y este tiempo es una liberación para ella. He sido madre demasiado pronto, me dice. Pero las quiero tanto. No sé en qué momento acabamos entrando al gimnasio. La inercia ha hecho que de repente estemos conversando con Guille. Después tengo que contarte algo, me dice Guille. Yo le llamo el McQueen canario. Un instagramer con inquietudes existencialistas. Con gustos musicales muy variados, lo que incluye la canción de autor, el rock, la música urbana, la bachata, el reguetón. Es todo energía. Tiene casi la misma edad que Su. ¿Hacemos un entreno ligero? pide  Su. Yo secundo la petición. Sí, por favor, digo. Un calentamiento que consiste en 10 flexiones, 10 burpees y 10 sentadillas.Y por último, 20 abdominales. Después, el entrenamiento en sí consiste en levantadas de peso con sentadillas y peso muerto, series de 10 repeticiones que van bajando hasta quedar en una sola repetición. Estos dos ejercicios los alternamos con burpees y dominadas. Al terminar, propongo ir a tomar café. Noto el sudor por todo mi cuerpo. Hoy Su no se ha podido quedar para el café de después. Estamos solamente Guille y yo. Voy al baño para refrescarme un poco. Al volver, Guille está pidiendo un plato combinado de arroz, pollo y ensalada. Pide que no le pongan maíz dulce a la ensalada. Yo pido una pulguita de pechuga de pollo y un café solo. Tras un largo silencio, en el que estamos absortos mirando el móvil de cada uno, levanto la cabeza. Me fijo en las mesas que tenemos alrededor. Una mujer con dos niños pequeños a mi derecha y un grupo de hombres que hacen su descanso de alguna obra cercana, a mi izquierda. Un trabajador de Mercadona completa la terraza en una mesa más allá. Está solo, también absorto en su móvil. Recuerdo el libro aquel editado por anagrama titulado Pantalla global. La era de la pantalla. Cuando me saca de mi ensimismamiento la risa contagiosa de Guille. Tengo que contarte algo, me dice. Creo que puede ser material para tu novela. Mientras tanto, le han traído el plato combinado y una cesta con pan, un frasco de sal y aceite envasado en una pequeña cápsula. En seguida echa de menos la cápsula del vinagre. No puede empezar a comer sin el vinagre. No puedo, dice. Un lagarto se mueve bajo mis piernas. Guille lo intenta agarrar. Yo se lo impido. Le pide el vinagre a la camarera. La camarera nos dice que el lagarto es casi como de la casa. Se ve que le han dado de comer porque no huye. Lo llamo Tony, dice. La camarera va a por el vinagre. Guille y yo nos miramos, sonreímos. Cuéntame esa historia le digo a Guille. Me cuenta que se ha reencontrado con una joven amiga durante el confinamiento. Y que desde que se ha podido han ido viéndose. Hacía más de 10 años que no nos veíamos, dice. Habían pasado algunos veranos juntos cuando eran niños. Si lo escribes, me gustaría que le pusieras el título de "noches de pasión y verano". Sería como una parte de tu novela. Guille me da consejos sobre mi estilo. Como lector prefiere la tercera persona. Me da un poco de pudor leerte, me dice. Me cuenta la historia en cuestión. Tras varios encuentros, el último encuentro fue un paseo en moto que terminó en un mirador en Anaga. Anochecía. La abracé por detrás. No se quitó ni el casco. Llevaba falda. Imagínate, me dice. A mí me da algo de pudor escuchar su historia. Y prometo no poner nombres reales. Inspirarme. Terminamos hablando de la ficción como concepto. Yo le digo que a mí me sirve para ordenar un poco la realidad. O desordenarla. Encontrar otra realidad, quizás. Le hablo de la gente que tenemos a nuestro alrededor. En cada mesa hay muchas historias o como mínimo una. La mujer de los niños no para de mirar al más pequeño. Tiene gafas de sol y no le veo los ojos. Los hombres de la obra están bastante concentrados en su desayuno. El empleado de Mercadona mira de vez en cuando a la mujer de los niños. Guille me mira serio. Mira, voy a leerte un texto que se me ocurrió el otro día. Me he grabado leyéndolo con una música de fondo. Lo escucho. Me dice que a no todo el mundo puede enseñarle eso. El texto tiene un fondo filosófico que me gusta. El yo del poema en prosa (así lo califico después de haberlo escuchado) parece encontrarse en el centro de una esfera que está a su vez en el centro de otra esfera. Parece percibirlo todo y nada a la vez. Parece viajar fuera de su cuerpo. Hasta que el sonido del despertador lo trae de nuevo a la realidad. A Guille le digo que me ha gustado. Maravilloso, me dice. Este es un adjetivo que Guille suele usar mucho. Yo le cuento que el otro día leyendo me encontré con el uso de ese adjetivo en la autobiografía del pintor Malevich. Al parecer de su recuerdos de infancia lo que más fijo tenía eran los momentos que pasaba con su padre contemplando la naturaleza, afectado por su belleza y sin articular sonido alguno salvo la palabra "maravilloso". Y sin entender qué quería decir exactamente con esa palabra. 40 años después de estos hechos, Malevich seguía sin saberlo. Me gustaría saber cómo suena en ucraniano, me dice Guille. A él le gusta el sonido de ciertas palabras. Las apunto ¿sabes?, me dice. Leo el diccionario y apunto palabras que me llaman la atención. Abstruso, absorto. Yo recuerdo a los personajes de nuestro entorno. A nosotros mismos también. Absortos en nosotros mismos o en nuestras pantallas de móvil.  Le aconsejo que lo repita pero más despacio. Por el tipo de música,  me hace recordar a los textos de meditación. Guille me sonríe. Termina el plato. Me invita. Yo le acompaño a su moto. Nos despedimos con la mascarilla puesta, tocándonos los codos. Maravilloso, pienso. 

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