Bla, bla, bla.

Voy sorteando libros.  Cajas de libros. Una donación. De momento me encargo de revisar el fondo. El postconfinamiento ha hecho que la cita previa sea necesaria para el préstamo. La biblioteca queda cerrada al público como lugar de estudio o de curioseo. Voy quitando tejuelos rotos, poniendo unos nuevos. Juntando las tapas con cinta adhesiva y plástico de forrar. Casi trabajo con mis manos. Trabajar con las manos libera y conviene a gente tan mental como nosotros, me dice Abi con frecuencia. Mis días son rutinas. No del todo claras. Desde que mi madre está en el sur me hago cargo de Noa. La ola de calor y la calima han sido de novela de ciencia ficción canaria. Para proteger a Noa del calor mi hermano propuso dejarla en la parte más fría de la casa. Y comprobar que tenga comida y agua varias veces. Tuve un amago de traerla a mi casa pero no hubo forma. El casero tampoco me dejaría. Esta mañana he visto un video documental en el Facebook sobre la vida de Bukowski, con esa infancia llena de maltratos y su idea de que gracias a eso logró ser fuerte, logró ser escritor. Le daba las gracias a su padre. A su lado parezco un niñato. Por un momento envidio estúpidamente no haber sido un borracho con un pasado horrible y un padre maltratador. Mi infancia no ha sido desgraciada y sin embargo me gustaría dedicarme a la escritura. Tengo una idea para una novela sobre alguien que se inventa una serie de condiciones para ser el Murakami canario. En la biblioteca, la compañera de la mañana me habla de la nueva llegada de libros. Cajas y cajas. Supongo que estarán en cuarentena, me dice. Se marcha con prisa. Me quedo solo. He llegado al trabajo para descansar de la mañana que he tenido. Me he ocupado de Noa. Le he puesto el agua y la comida. Le he dado la pastilla. Hemos ido a dar una vuelta. Luego me he venido arriba y me he puesto a limpiar el patio grande. Al llegar a mi casa, me ha dado el tiempo justo para ducharme, vestirme y comer. Mi turno de tarde me da para muchas cosas. Pienso en aquellas historias sobre gente que trabaja rodeada de libros. Y he pensado en escribir algo sobre lo mismo. Una especie de canto sobre la rutina de los libros y sus alrededores. Gentes que vienen, libros que van. Con un bibliotecario que quiere ser escritor y que para ello se le ocurre la idea para su primera novela de un personaje que es escritor y que quiere ser muchas cosas y ninguna está del todo clara. Entre ellas, un bibliotecario y el Murakami canario. Y aquí, poner una serie de condiciones previas. Tras el confinamiento, la nueva normalidad hace que las bibliotecas sean más frías y serias. Donde trabajo siempre me ha dado la impresión de que sería el escenario perfecto para grabar una película sobre alguien que se refugia del mundo, una historia de ciencia ficción apocalíptica. En las redes sociales hubo una época, en el núcleo duro del confinamiento, en el que no salían de esa analogía. La necesidad cansina de nombrar las cosas a través de los referentes ficticios. Y la realidad que siempre va a superar a la ficción. Otro lugar común, lo sé.
Murakami tiene un libro que se llama Baila, baila, baila. Ahora no recuerdo de qué va y si me gustó o no. Me quedo con el título, quizás como primera condición para ser el Murakami canario y lo analizo. Repite el verbo conjugado tres veces. Remitiendo a una expresión que incita a una acción. Es muy gráfica. Quizás también sea un ruego o una orden. Si quito las dos primeras vocales de cada palabra me sale algo onomatopéyico. La recreación de un balbuceo o tal vez la metáfora de una cháchara. La orden o el ruego de un discurso oral ininterrumpido e insustancial. Me queda mucha tarde por delante. Nicóticamente hablando, claro. Bla, bla, bla. 

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