Duda subtitulada.

El confinamiento lo vamos arrastrando. Vilas me iba colando alguna frase de este estilo. Se había ido por unos días a visitar a unos amigos a la isla de enfrente. Y me había pedido que cuidara de sus plantas. Durante el confinamiento había formado un minivivero en su casa. Un rosal. Un bonsai. Dos potos. Un ficus. Un tomatero. Y otras plantas que ni sé cómo se llaman. La casa de Vilas es una especie de templo de la tranquilidad. Carece casi de pasillo. Las habitaciones se disponen en un plano cuadrado. Podría ser la cuadratura del círculo. La falta de responsabilidad, decía. Yo tenía dudas sobre casi todo. Vilas me escuchaba en terapia. Y con el tiempo nos fuimos intercambiando los papeles. A veces, yo era el psicólogo. Toda la historia de las dudas ya era un tema nicótico. Yo le enseñaba los audios de los programas de radio. La famosa intervención de Alba. Ahí fue donde empezamos a conectar. Cuando le propuse lo de la sesión de espiritismo. Alba nos hablaba como desde un sueño. En el rincón de su cuarto. En penumbra. La luz que entraba tímidamente hacía visible las motas de polvo que flotaban en el aire. Después llegaba a terapia con un Vilas desencajado. Lo del Ladrón de libros y lo de la Alba medium le estaba creando una duda sobre seguir siendo mi terapeuta. Con Miguel F., había tenido un affaire y yo a Miguel F. lo había conocido un día en las escaleras por fuera de la consulta. Nos íbamos complicando. Con el tiempo dejamos las sesiones y seguimos viéndonos como confindentes. La historia de Alba planeaba casi siempre sobre nosotros. A la vuelta del viaje, me llamó enfadado. El tomatero se había muerto. Yo le había expresado, cuando me propuso ser su jardinero provisional, mis serias dudas al respecto. Tú siempre con tus dudas, me decía. Pero ni por estas. En seguida quedamos en el lugar de siempre. Con una cerveza nos pusimos al día. Pero esta vez lo que nos inquietaba de verdad era el tipo de sueños que habíamos tenido. Y que se repetían tras el confinamiento. Vilas me habló de un tobogán enorme por el que iba desplazándose, como en el interior de la carpa de un circo o parque temático. Con atracciones varias. Una pregunta en cada atracción y un personaje de ficción que ocultaba a alguien de su pasado. Las preguntas debían ser contestadas con la mente. La sensación de mareo del tobogán y su verticalidad relativa provocaban que cada respuesta mental fuera acompañada con un vómito. Yo le hablé de aquel sueño con subtítulos tan recurrente en las últimas semanas. En el sueño le preguntaba a Claudia, a la que no veía desde hacía una década, si aún me quería. Cuando me iba a contestar, lo hacía de forma subtitulada. En el momento en el que me decidía con algo de ansiedad a leer lo que decía, me despertaba. El sueño era una duda subtitulada. Como una brújula mal orientada. Vilas, se puso la mascarilla y pidió otra cerveza. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

El puñetero pez plátano.

¿Qué arte?

Ideas.