Un Colombo cualquiera.

Vamos a cenar. Un picoteo, dice Abi. Dudamos entre Santa Cruz o La Laguna. Oba está en Santa Cruz. Y Abi no quiere encontrárselo. Nos decidimos por La Laguna. Es su coche y yo voy de copiloto. Busco en Spotify  la playlist que le envié durante el confinamiento. Cuorentena. Fui añadiéndole temas a medida que el confinamiento se alargaba. Hoy Abi tiene una cara diferente. Me dice que ha sido su último día en la escuela. Oficialmente empiezan sus vacaciones. Será por eso, pienso. Sospecho que no encuentro la playlist porque su cuenta de Spotify la tiene compartida con Oba. No quiere dejar rastro de mi presencia última en su vida. Lo entiendo, hasta cierto punto. Me siento como un espía. Aunque en realidad no espío nada. Y tampoco me escondo demasiado. Ni ella tampoco. Aún no hemos tenido ninguna conversación sobre nuestro reencuentro. Y a veces me siento como un detective, interrogando al aire. Una especie de Colombo canario. Yo no estoy tuerto ni llevo una gabardina. Pero sin duda llevaría un coche como el suyo. Ese Peugeot eterno. Y a veces me hago el Colombo, como diría Vilas. Un ingenuo torpe que consigue que la otra persona confiese todas las causas que le han llevado a cometer su crimen. En La Laguna, paseamos buscando algún restaurante donde tomar algo. La calle Anchieta está desierta. Pero haciendo esquina con la San Agustín se encuentra el antiguo 7 vies, reconvertido ahora en un italiano fusión. Es de los pocos que está abierto. Y nos decidimos a entrar. Nos atienden enseguida. Pedimos las tapas del día y dos cañas 1906. En algún momento de la noche me doy cuenta de que no he parado de hablar. Que si el feminismo tiene sus bondades y que todos deberíamos ser feministas. Que sin embargo hay un uso del feminismo que se instrumentaliza políticamente. Que si en el cine la censura de lo políticamente correcto nos está idiotizando. Le cuento el argumento entero de la película de Jhon Ford El hombre tranquilo. Una obra maestra del cine que es criticada por criterios ajenos al cine o por motivos fenomenológicos o por una sensibilidad que nos impide ver sus bondades. Ya no sé ni lo que digo exactamente. Pero he usado el sustantivo plural "bondades" dos veces en 15 minutos. Hoy estoy verborreico, le digo. Abi sonríe. Por lo menos te das cuenta, me dice. Y luego le pregunta al camarero si tienen un vino blanco determinado. Abi se muestra un tanto misteriosa. Y por la cara del camarero al ser interrogado, yo empiezo a creerme en un episodio de Colombo. La playlist Cuorentena, un restaurante donde estaba el antiguo 7 vies y mi tendencia a sospechar de cualquier cosa. O las bondades del cine de John Ford y el feminismo. La cuestión nicótica había quedado olvidada por momentos. Pero quizás también estaba ahí como el Macguffin de Hitchcock. Las piezas del puzle no encajaban. Quizás no había puzle. El camarero nos encontró la botella. Y mirando fijamente a Abi le preguntó si era esa la botella. Abi se levantó de golpe y saludó a un antiguo amigo que entraba. Yo me quedé mirando al camarero como un Colombo cualquiera. 

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