Una novela de proyecto.

En un momento de calor asfixiante se me ha ocurrido dejar de respirar. Simplemente me he dormido. Está siendo el domingo más extraño del mes. He ido a ver a mi madre que pasa unos días en un apartamento en el Médano. Con diferencia, este fin de semana está siendo el más caluroso del año. Nos hemos despertado con sueño. Algo de café y frutas para mí y un tazón de leche y gofio para ella han conformado nuestro desayuno. He dormido en un sofá cama enorme. Frente a nuestro edificio ha habido algo de jaleo por la noche. Creo que son los que me han llamado por la tarde. Acababa de llegar al apartamento. Llevaba una semana sin ver a mi madre y nos estábamos poniendo al día. Sentados en sillas de madera, en el balcón. Cuando un joven con camisa de flores, típica de algún festival de música indie, nos ha empezado a interpelar desde el edificio de enfrente. Nos ha saludado con énfasis. Hay que aprovechar ¿verdad? Ha dicho. Me ha preguntado si mi madre es mi mami. Y me ha pedido que la cuide mucho. Porque él quiere mucho a la suya. Al día siguiente pasamos el peor día de calor del año. Pero apenas nos damos cuenta. Dormimos a ratos. Vemos mucha televisión y jugamos infinidad de partidas de parchís. Proponemos varios platos diferentes y nos decidimos por un pollo con un adobo que simula la "carne fiesta" y unos macarrones con salsa de tomate natural. A partir de una lata de tomate triturado, unos trozos de ajo y cebolla, más unos trozos de melón para endulzarla. Orégano y sal con bajo sodio. Muy poca. Mi madre retiene líquido y la sal no ayuda. El apartamento se compone a la derecha de la entrada, de una cocina abierta que continúa con el salón donde está el sofá cama y el mueble con la televisión. Un dormitorio a la izquierda de la entrada y un baño. Unos cuadros con fotografías sobre paisajes playeros decoran la pared del salón. Y este conduce a un balcón o pequeña terraza que da a la calle llamada La Gomera. La madre de mi madre había nacido en la isla de La Gomera. Yo pasé algunos veranos ahí de niño. Tengo recuerdos muy lejanos de la isla. Y pienso que el hecho de que la calle donde está el apartamento tenga ese nombre puede significar algo o nada. Pero también puede ser una excusa para escribir sobre ello y ver qué puede significar a través del cuento inventado. Las posibilidades reales de la ficción. Al final del día hemos podido asomarnos al balcón sin notar que nos llevaba la vida el hacerlo. Aunque soplaba algo de aire, aún era caliente. Me he decidido por ir a darme un baño a Pelada, mientras mi madre se ha quedado haciendo lentejas. Es uno de esos platos favoritos y necesarios. Y me los quiere dejar para que me los lleve de camino a casa. Tardo en llegar al coche. Llevo todo el día en un duermevela de sopor calorífico, anestesiado por el domingo de verano y el amor materno. Una vez en el coche, tengo la sensación de que ha pasado una semana. Y sólo ha pasado un día desde que lo aparqué. Conduzco hasta Pelada. Ya he hablado de esa playa otras veces. El problema es el puerto y las plataformas que ensucian el paisaje y el medio en sí. Aparco. Voy caminando hasta la playa. Son casi las 8 de la tarde. Aún hace algo de calor y se sigue viendo gente. Muchos están recogiendo ya, para marcharse. Por un momento pienso en no bañarme. Hace algo de brisa. Y me imagino que el agua debe estar fría. Calculo las posibles opciones. Me siento y saco el móvil. Hago fotos. Veo algún perro. Saco una foto de mis tenis y de mi bolso. Con la playa de fondo. Típica foto para poner en el estado de WhatsApp, que provocará alguna pregunta como por ejemplo dónde estoy o un comentario sobre lo bien que vivo. Y de pronto, sé que me voy a dar un baño. A las dos horas, estoy de vuelta. Voy por la autopista y se me ocurre quedar con Abi. Hemos estado hablando de un proyecto de novela conjunta. La idea de escribir una novela a cuatro manos no es nueva. Ya Bolaño lo hizo. Siempre me pongo muy pedante con este tema. En realidad nos hemos decidido a probar de una manera lúdica. Sin grandes expectativas. Empezar por una parte. Posiblemente el final de la supuesta novela. Quedamos en Las Caletillas. Un lugar llamado Wakanda. Especializados en comida peruana. Aunque pedimos hamburguesa y cerveza. Al lado de nosotros, se encuentra Miguel F. Él no sabe que vamos a escribir sobre él. Yo me vengo un poco arriba y cuando lo veo, de la alegría que me da, le doy un abrazo. Hacía un confinamiento que no nos veíamos. Tampoco hemos hablado mucho. Las típicas preguntas. He vuelto a la mesa y Abi me ha interrogado. Le hablo de que Miguel F. y su pareja practican, a nivel profesional, una actividad física que se llama acroyoga. Hacen acrobacias y han de estirar mucho y estar muy fuertes. Pueden pasarse hasta cinco horas seguidas practicando. Yo no paro de decirle a Abi que ahí donde la ve, bajita y delgada, ella, la pareja de Miguel F., está verdaderamente fuerte. Abi y yo estamos preparando la novela. El proyecto de novela. Clemen tendrá un papel importante. Chico escuchará su versión. Pero la historia de Abi será clave. Ella se ha inventado a sí misma  como personaje. En realidad no se llama Abi. Igual que Vilas no se llama Vilas. Pero esa es otra historia. Queremos, simplemente, escribir sobre algo que suceda. Y partiendo de situaciones reales inventar. Incluir a la gente que conocemos y fabular sobre sus posibilidades de ficción. Y tener una trama de fondo que quizás el lector no sepa. Algo relacionado con Alba y su padre. Algo que incite a los nicóticos a ser detectives en paro. El camarero se acerca con la mascarilla puesta y nos pregunta con acento peruano si todo está bien. Tiene los brazos plagados de tatuajes. Hemos visto que ayudaba a su compañera a estirar la espalda. Igualito que Miguel F., le digo a Abi. Sigamos entonces planeando la historia de fondo, me dice. La trama general o lo que sea. Qué fin de semana tan raro, le digo. Pero Abi está tan concentrada en las pequeñas posibilidades de la trama de fondo que ni me escucha. Tomo un sorbo de cerveza que ya está caliente. Y pienso que quizás lo que estemos haciendo sea construir más que un proyecto de novela, una novela de proyecto. Pero eso, de momento, me lo callo. Cuando busco la mesa de Miguel F.  y su pareja, resulta que ya se han marchado. Me fijo en lo que han dejado en su mesa. Botellas de plástico de agua vacías y restos de hamburguesa. Tengo mucha sed y el alcohol no ayuda. Me levanto y pido una botella de agua. Son casi las 11 de la noche y aún no ha refrescado del todo. Cuando vuelvo a la mesa, Abi sonríe emocionada. Ya lo tengo, me dice. Pues anda que cuando te diga yo en lo que he estado pensando. Pero empieza tu primero, le digo con la botella en la mano. 

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