Ideas.

 Hoy o ayer. No recuerdo bien si he de empezar o terminar. Ni tampoco si he de empezar por lo de ayer o por lo de hoy. Y si esa elección me hará terminar antes de que comience. Podría (y aquí empiezan las opciones a elegir) empezar por algo que me ocurrió ayer. Relatarlo con algo de gracia. Enganchar al lector para que quiera seguir leyendo. Y se pregunte si el relato fue realmente ayer, ya que tarda tanto en resolverse. Si es que tarda. O también podría empezar por hoy y no recordar nada de ayer. Empezar de cero. Ingenuamente. Y no enganchar a ningún lector. O sí. En el comienzo de la novela El tambor de hojalata, el protagonista que también es narrador, se presenta y se pregunta respecto a cómo comenzar un relato en pleno siglo XX. Me van surgiendo ideas sobre cómo empezar una novela (que no es el caso) entrado el siglo XXI. En un año como este. Un año de por sí muy novelable. Un año que está superando lo novelable. Siempre que lo narremos desde el punto de vista de un burgués del mundo occidental, mal llamado primer mundo. Cómo empezar algo así. Quizás darlo por empezado. Sin una introducción de ningún tipo. Extenderme en nimiedades, en fragmentos cotidianos, como las frases de los sobres de azúcar. Iniciar la novela con un conjunto de divagaciones sobre cómo iniciar una novela. Esperar a que las ideas surjan de ese juego sobre el juego de la propia sucesión de palabras que intentan reflexionar y reflejar el juego que puede llegar a ser la vida. 


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