¿Qué arte?

A Luisa la conozco desde hace unos años. Coincidimos en un seminario de arte moderno. A mí lo que me gusta es la edad media, me dijo. Había estudiado Historia del Arte y daba clases en un instituto de secundaria. Gracias a ella, descubrí los vídeos de Ernesto Castro. Sobre todo, recuerdo el dedicado a la estética medieval. Tras el confinamiento nos hemos vuelto a encontrar. Quedamos en la avenida de las Caletillas. Caminamos sorteando a la gente. Vamos con las mascarillas puestas. A penas hablamos. Me pregunta por mi madre. Le digo que está mejor. Le agradezco el detalle. En un momento estamos sin las mascarillas y buscando un sitio donde entrar. Todas las terrazas están llenas. Con la nueva normalidad es más difícil encontrar un hueco. Está a punto de anochecer. Y por fin encontramos un lugar. Se llama "A la piedra". Ya había estado ahí pero a penas lo recordaba. El camarero nos dice que la única mesa que nos puede ofrecer está dentro, al lado de la puerta. Hace bastante calor. Nos promete que refrescará. Luisa y yo aceptamos. Mientras nos traen un vino demasiado frío a Luisa le voy contando la historia de mi peor cita. Fue justo ahí. Mientras comíamos carne a la piedra. Era una chica peninsular que no dejaba de quejarse de todo. Ella, de la que no recuerdo su nombre, insistía en hacerme entender que sabía comer y beber mejor que yo. Una sibarita a la que no le gustaba mi suéter. Luisa no para de reír cuando le cuento todo esto. Atónita, me pregunta por el suéter. Yo le digo que es uno de mis favoritos. Y está bastante usado. A lo mejor te vio cara de niño, me dice. Me recomienda que me deje la barba. Pronto, nos damos cuenta de que empieza a anochecer. De repente la sala calurosa no lo es tanto. Y a mi izquierda se han sentado una familia con varios niños pequeños. El ruido de ambiente está asegurado. Luisa y yo estamos un poco sordos y no paramos de gritar. Yo hago hueco con la mano en mi oreja derecha como le vi hacer en una entrevista a Borges una vez. Puro postureo, lo sé. Nos hablamos de las relaciones que hemos tenido, de nuestro presente laboral. De la época vital por la que pasamos. Y recalamos en el arte contemporáneo. Qué es lo que se entiende por arte. No sé muy bien cómo acabamos defendiendo polos opuestos. Ella decía que si el artista en concreto había demostrado sobrados conocimientos técnicos, eso le legitimaba para hacer cualquier cosa. Yo, por el contrario, defendía que si era cualquier cosa, cualquiera podría hacerlo y por lo tanto los conocimientos técnicos ya no eran tan necesarios. Ella, me pareció, hablaba de demostrar. Yo, más bien, de mostrar. Y así nos fue hasta que nuestras posiciones fueron encontrándose en la complejidad y provocación del arte y de su mercantilización. Yo quise hablar del método fenomenológico. De la descripción de lo estético en nuestra conciencia. Dejar atrás, si fuera posible, nuestra condición psicológica. Hallar algo de objetividad en todo este asunto. Terminamos el vino y pedimos algo de agua para compensar. Dimos un largo paseo por la avenida marítima. Apenas había gente. En un momento dado, Luisa me preguntó si me daría un baño. Yo le dije que sería un bonito final. El agua oscura terminaba en olas que invisibles golpeaban las rocas. Pensé en las cucarachas y en las ratas. Luego llegó un largo silencio. La estética del asunto contemporáneo se había hecho presente otra vez. Qué arte ni qué nada, pensé. 

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