Palíndromos y baterías.

 


Hay momentos en los que pensamos que la vida nos envía señales para que las interpretemos. El problema es que nuestra interpretación es siempre interesada. No dudo de que haya señales. De lo que dudo es de la interpretación que extraemos de ellas y de verlas como señales dirigidas exclusivamente a nosotros. Los palíndromos y los números capicua pueden ser un ejemplo. También las meras coincidencias. Los sucesos que se encadenan en una causalidad interesada por nosotros. Los propios sueños que recordamos días después. Cuyo recuerdo se mezcla con la propia vida de la vigilia. Hasta que nos damos cuenta de que pertenecen al mundo onírico, más inconsciente. Todos esos elementos propios de un mundo más mágico. Menos científico. Sin embargo, no se trata de que existan dos mundos separados. Más bien, me inclino a pensar, en que es la mirada y el grado de afectación de esa mirada (que no dudo que sea real) lo que nos mueve. O nos provoca la ilusión de creer que somos nosotros los que nos movemos. O que hay algo externo que nos mueve. Y quizás eso último sea más real que ilusorio y se llame cerebro. En cualquier caso, el día a día escapa a nuestro control y vemos palíndromos por todas partes. Interpretaciones de señales que utilizamos para justificar nuestras decisiones y nuestros errores. Se me ocurre defender también casi lo contrario. Que todo lo que nos ocurre es por algo. Y que nada tiene que ver con lo que decidimos o con lo que buscamos. Un mundo casi mágico que se nos escapa de las manos. Que ni siquiera confabula contra nosotros. Un mundo que confirma nuestra desconectada situación. Como la batería de un coche que se ha vaciado por el despiste de su dueño al dejar las luces encendidas. Casi mágico. 

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