Llego al mar.

Llego al mar y es infinito. Antes me he visto con Clemen. En una gasolinera le he pasado un pendrive. El contenido de ese pendrive tiene un sentido de relato. Y también hay un documento. Una novela. Clemen no lo sabe. Piensa que  simplemente son unas plantillas de correcciones para los exámenes de la EBAU. Decírselo así sin más, sería escarbar en el pasado. Los días del programa de radio y de la herencia de la abuela de Alba. Sabina, su hermana, heredaba el edificio de la calle Herradores. Ahí fue donde nos volvimos a ver. El proyecto de la editorial y la búsqueda de autores nicóticos podía hacerse realidad. Recuerdo el día en el que Clemen me llamó para darme la noticia. La niña que veíamos jugar en el patio cuando íbamos a la casa de Alba, se había convertido unos años después en la heredera. Alba seguía desaparecida. Quizás en alguna isla asiática. Ahora con Clemen, nos ponemos al día. Han pasado casi 15 años desde aquel proyecto. Y se ha dedicado a la enseñanza. Escribe artículos para un periódico digital sobre cultura y aún recopila datos de su tesis, un trabajo de investigación infinita que trata las consecuencias de la música dodecafónica en la literatura alemana. Yo he llegado resacado de anoche. Y quiero quedarme unos días en el Médano. Fíjate en aquella casa, me dice. Hay una especie de sílfide en la entrada. Pero sigue la mirada hacia arriba y luego a la izquierda. Yo le hago caso. Un crucifijo de tamaño real con la escultura de un cuerpo descansa en la pared lateral. Me recorre el mismo escalofrío que a Clemen. Y recuerdo las historias esotéricas de su vida. La casa se encuentra cruzando la carretera. Justo en frente de la gasolinera donde tomamos café. Me despido con un abrazo a pesar del COVID-19. Y llamo a mi madre y a mi hermana para saber dónde está exactamente el apartamento. Pero antes de ir a verlas me decido por seguir dirección a la playa. Desde el lugar donde consigo aparcar hasta la playa hay unos metros de avenida.  Sorteo a la gente. Parece que no hay COVID-19. Pienso en ese pueblo de Lleida donde han vuelto a confinarse. Una vez en la arena, me descalzo. Ando por la playa y siento las ráfagas de viento en todo mi cuerpo. A mi izquierda en el cielo comienzo a ver esas cometas gigantes o parapentes. Unidos por cuerdas a diminutos muñecos. Mujeres y hombres supongo. Embutidos en trajes de neopreno. Tras un rato dejo el bolso y me siento. Saco el móvil. Y hago una foto. Escribo en el blog todo esto. 

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