Buscando un nombre.

Me duele la espalda. Llevo acostado en el sillón unas dos horas. Son más de las ocho de la tarde. Ayer no dormí muy bien. Selma me ha ido explicando por audios cómo va su rutina diaria. Busca un compañero de vida para tener una vejez acompañada. A Selma la conocí el año pasado en una aplicación de contactos. Se llamaba así porque a su abuela le encantaba la escritora sueca Selma Langerlof. Aunque no llegamos a tener nada serio, nos ha quedado una bonita amistad. Tiene 48 años muy bien llevados. Los hombres tienen un concepto equivocado sobre las mujeres de 50, me decía. Tengo amigas de esa edad que están mucho más en forma que muchas jóvenes de 20. Selma vive en otra isla y sólo nos hemos visto una vez. Me admiraba su forma tan segura de ver el mundo. Recordaba con nostalgia su época estudiantil en Londres y deseaba en secreto estar de nuevo allí pero con la experiencia de ahora. Muy trabajadora, era una mujer independiente a la que no le asustaba la soledad. Sin embargo, su plan era bastante práctico y por momentos ingenuo. Encontrar a un compañero de fatigas que mereciera la pena y que la acompañara en su vejez. Siempre he pensado que aunque no lo encuentre seguirá siendo igual de autosuficiente. La veo con cara de niña diciéndome que es aburrido pero que es mejor estar así que no con un gym boy cualquiera. A mí me llamaba el chico listo de las aplicaciones. Por la mañana, Abi me ha comentado su idea sobre la página web. No nos queda claro el nombre. Ha de aunar lo que ofrecerá. Un servicio de asesoramiento para la escritura creativa. Un curso de iniciación. ¿Caemos sin darnos cuenta en el coaching? Somos solventes, dice. Hemos de creernos un poco nuestro potencial. Tener algo de cara, le digo. Anoche, de madrugada, me desperté con el ruido del agua procedente del baño. Tras intentar parar la cascada del interior del váter, he terminado rompiendo la cisterna. El lunes tendré que avisar al casero. Cuando intenté, a oscuras, buscar la llave de paso, acabé semiinundando la cocina. Una vez pasada la crisis, volví a la cama. Desvelado, pensé, como sólo se piensa en esos momentos de insomnio, amplificando, como dice mi hermano, las ideas. Cualquier pensamiento cobra una importancia desmesurada. Hay que ver lo que te cambia la mirada cuando hablas de los nicóticos, me ha dicho Abi en la cena. Me ha enviado una noticia sobre el avistamiento del cometa Neowise. Si viviéramos en ese cometa, un año serían seis mil ochocientos terrestres. Una vuelta al sol comprendería civilizaciones enteras. El insomnio me hace desvariar así. He pasado la mañana montando una estantería nueva. La parte Siverio de mi vida. La parte que tiene que ver con el trabajo realizado con mis manos. Una siveriada. Y Abi ha querido que nos viéramos para un café y explicarme las ideas que lleva en su libreta. Los posibles nombres de la página web. Nos gusta el efecto que tiene el sufijo -ada en las palabras. Un adjetivo así como Constelada o Fabulada. Indecisos, le propongo que me acompañe a sacar a Noa. Y luego a la farmacia a por unas pastillas para mi madre. Después, dudamos entre ir a la playa o ir a Mercadona a hacer las respectivas compras para cada uno. Le digo que nuestro itinerario está marcado por las circunstancias. Quizás toda la vida se pueda explicar como una cadena de circunstancias que se suceden posponiendo alguna decisión, ignorando que al posponer ya estamos decidiendo. Entre risas y cargados con bolsas a la salida del Mercadona, nos despedimos. Yo llego cansado. Limpio un poco y cocino. Termino comiendo avanzada la tarde, cuando Selma me cuenta por audios sus rutinas diarias y que no se me ocurra escribir en el blog sobre ello. Yo sigo buscando el nombre, posponiendo alguna cosa que aún no sé nombrar. La espalda me duele tanto. Quizás me levante y avise a Abi y subamos al Teide para presenciar juntos al asteroide cumpliendo su año. Y le deba a mi dolor ser testigo de un evento astrónomico, único en mi vida. Falacia causal. Cadena de circunstancias, me digo. 

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